lunes, 22 de septiembre de 2008

Usted debe responder, señor Sánchez Cerén

Ethel Pocasangre Capos, (“Crucita”), y su hermana Isis Dagman, (“Sonia”), se integraron a las FPL en los años setentas.

Ethel era psicóloga y trabajaba en la UCA. Isis era doctora en medicina. Eran rubias y tenían los ojos azules. Ambas fueron enviadas a la zona guerrillera de San Vicente.

Los colegas, alumnos y compañeros de militancia de Ethel la consideraban un ángel por su delicada belleza, su dulzura y su entrega a la lucha revolucionaria. “Cuando termine la guerra vamos a necesitar miles de psicólogos por tanto trauma que deja la violencia, ahí voy a tener otra trinchera de lucha”, le dijo a Marta Nolasco, que fue su alumna y que ahora trabaja en el Instituto de Derechos Humanos de la UCA. Isis, por su parte, exponía su vida en las líneas de fuegos para salvar la de los combatientes heridos.

Ethel fue acusada de traición por el mando de las FPL en el frente para-central. El 22 de septiembre de 1986, en un punto ubicado en el cantón San Bartolol, cerca del cerro Buena Vista, en la jurisdicción de San Vicente, sus propios jefes guerrilleros la amarraron y la tumbaron semidesnuda sobre un lodazal.

Durante varias horas la torturaron, golpeándola con un garrote de guayabo, mientras le exigían que confesara y entregara a sus presuntos cómplices. Después fue ejecutada y enterrada en una fosa común junto a otros quince combatientes asesinados de la misma manera ese mismo día.
Isis se detectó quistes en las mamas estando en ese mismo frente, pero sus jefes le dijeron que se trataba más bien de un problema ideológico, y que en realidad lo que tenía era miedo. Su salud comenzó a deteriorarse rápidamente, y solo entonces la enviaron a Cuba. El cáncer estaba ya demasiado avanzado y fue desahuciada. Murió en 1991.

Antes, la madre de ambas, doña Clelia, tuvo noticias del asesinato de Ethel, y en 1987 le envió una carta al máximo comandante de las FPL, Salvador Sánchez Cerén, pidiéndole una explicación y que le entregaran los restos de su hija. Hasta la fecha, Salvador Sánchez Cerén no le ha respondido.

Isis tenía un hijo que, en el momento de su muerte, había cumplido tres años. Ese muchacho, que ahora estudia ingeniería, no conoció a su padre, Abrahán Villalobos, (capitán “Walter” en la guerrilla), que murió en combate, ni tampoco a dos hermanos de Abráham, Carlos y Ramón, también guerrilleros, que fueron ejecutados por sus propios jefes de la misma manera que Ethel.
Ese muchacho me ha contado en estos días cómo su abuela ya octogenaria, doña Clelia, ha sobrellevado en silencio su dolor durante todos estos años, y que no quiere morirse sin saber al menos dónde poner una cruz para su hija Ethel. ¿Será mucho pedirle a Salvador Sánchez Cerén, que ya que anteriormente no quiso darle una explicación a esa madre, al menos le dé ahora el consuelo de indicarle el sitio donde poner su cruz?

Ese gesto de humanidad es lo menos que podría esperarse de una candidato a la vicepresidencia de la República ¿O lo que habrá que esperar es que diga que, por escribir sobre este tema, yo también trabajo “para la inteligencia enemiga” y, por tanto, como traidor a la revolución en la cual milité, merezco el mismo castigo infligido a Ethel y a todos los “infiltrados” del frente para-central?

La historia de la muerte de Ethel, y de sus muchos compañeros asesinados en las mismas circunstancias, está registrada en testimonios, grabados en audio y video, de testigos y protagonistas directos de aquellos acontecimientos. Cuando esa historia sea publicada pronto en forma de libro, por Centroamérica 21, esas grabaciones serán entregadas a Benjamín Cuellar, director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA.

Fermín: "A garrotazos los fueron matando"

Esta es la primera entrega de un reportaje, que pronto presentaremos en un libro, sobre una espantosa purga interna realizada por las FPL. Más de mil guerrilleros y colaboradores civiles fueron salvajemente torturados y asesinados bajo la acusación de ser traidores. El hecho había permanecido en las sombras, pero los sobrevivientes han comenzado a hablar.

Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com

Fermín, un campesino oriundo del Cantón Palo Grande, de Zacatecoluca, había ingresado a las FPL en 1978, y pertenecía al equipo de mando del destacamento número tres del batallón guerrillero Ernesto Morales, basificado en el volcán Chinchontepec.

A eso de las diez de la mañana del 22 de septiembre de 1986, en uno de los campamentos insurgentes del Cerro de la Campana, en el departamento de San Vicente, él y tres de sus hombres (Juancito, Foxi y Raul), fueron repentinamente capturados, desarmados y amarrados por un grupo de sus propios compañeros dirigidos por Carlos, uno de los lugartenientes del comandante Mayo Sibrián, jefe político-militar del frente para-central de las FPL. "Todos ustedes están bajo investigación", les dijo Carlos, y los condujo a un lugar solitario, arbolado y rocoso del cantón San Bartolo. En el camino, Juancito le dijo a Fermín que quizá los iban a matar.
-¿Por qué tuvo ese presentimiento Juancito, don Fermin?

-Porque ya estaban matando compañeros. Unos de los primeros fueron seis radistas que bajaron del volcán Chinchontepec allá por el mes de julio. Y ya luego se comentaba en los campamentos que habían matado a fulano y a zutano, y que decían que eran infiltrados del enemigo. Nos contaron que de un pelotón miliciano, unos treinta hombres, solo siete se habían salvado. De ahí a los días fue que se llevaron a un compa de la unidad de nosotros, Wilber "Picofino", y lo mataron también.

-¿Qué pasó entonces con ustedes?

-Pues que llegamos a ese lugar que les digo, y ahí fue que vimos que Elmer, otro del grupo del mando de Mayo, tenía amarrada a una compañera que se llamaba Crucita. Estaba tirada en el suelo, casi desnuda, solo con un fustancito y el brasier, y la estaban interrogando y golpeando con un gran garrote de guayabo. Le decían que era infiltrada y que confesara quiénes eran sus cómplices dentro del frente. Ella les decía que eso no era cierto, y les suplicaba que ya no la maltrataran, pero entonces le pegaban más duro.

-¿Había más gente en ese lugar?

-Los que estábamos amarrados en ese momento éramos ocho, pero es que iban llevando a la gente por grupos. Además de nosotros cuatro estaba la Crucita, Chabela y dos muchachas que eran hermanas, hijas de una tal Marta, que era la mujer de un compañero que ya después de la guerra fue alcalde de El Paisnal. A ellas ya las habían torturado. Entonces agarraron a Juancito, y le dijeron que Chabela había confesado que también nosotros éramos del enemigo. Lo amarraron a un árbol y comenzaron a interrogarlo. Le pegaban en todo el cuerpo con el garrote. Le pusieron una bolsa de plástico en la cabeza y se la socaban con una pita por el pescuezo. El compa se ahogaba y ya cuando pataleaba todo morado, por la falta de aire, le aflojaban la pita.
Fermín se calla, toma aire y mira hacia otro lado para buscar más en su memoria, o porque su pudor de viejo guerrero no permite que esos recuerdos le quiebren la voz y se le conviertan en lágrimas. Él no sabía entonces que Crucita se llamaba en realidad Ethel Pocasangre Campos; que allá por 1979 había sido miembro de la Comisión Nacional de Propaganda del BPR, la organización de masas de las FPL; que era psicóloga y había sido docente en la UCA: y que sus colegas, alumnos y compañeros de militancia la consideraban un ángel por su delicada belleza, su dulzura y su entrega a la lucha revolucionaria.

Su hermana, Isis Dagman, se detectó quistes en las mamas estando en ese mismo frente de guerra. Comunicó la situación a los comandantes de la zona y estos le respondieron que eso era más bien un problema ideológico, que lo que en realidad tenía era miedo. Cuando el deterioro de su salud era ya crítico, fue enviada a Cuba para ser tratada clínicamente, pero ya la metástasis cancerosa estaba demasiado avanzada y fue desahuciada. Isis Dagman regresó a El Salvador y murió en 1991.
Antes, la madre de ambas, doña Clelia, supo vagamente cómo y en qué circunstancias había muerto Ethel, y decidió enviar una carta a Salvador Sánchez Cerén, pidiéndole una explicación y que, por lo menos, le entregaran los restos de su hija. Eso fue en 1987. Doña Clelia no ha recibido ninguna respuesta hasta la fecha, y todavía ignora que los restos de Ethel están enterrados, junto a los de sus otros compañeros, en una fosa común ubicada en algún punto del catón San Bartolo, cerca del cerro Buena Vista, en la jurisdicción de San Vicente.
"Cuando termine la guerra este pueblo va a necesitar miles de psicólogos por tanto trauma que deja la violencia, ahí voy a tener otra tarea revolucionaria", le dijo una vez Ethel a Marta Nolasco, que fue su alumna y que ahora trabaja en el Instituto de Derechos Humanos de la UCA. Ethel se había sumado a las FPL junto a su hermana, Isis Dagman, que era doctora y en la guerrilla había adoptado el pseudónimo de Sonia. Ambas eran blancas, de cabellos castaños y de ojos azules.
Fermín continúa de pronto: "Cada vez que Juancito les decía que él no era enemigo y que no sabía nada de eso, más le pegaban. Después lo amarraron juntándole las manos y las canillas por detrás, y lo colgaron así de un palo de amate. Ahí lo siguieron garroteando, quebrándole los brazos y las canillas, y el compa clamaba a dios y a su madre a cada golpe que le daban. Unos dieciocho años tenía Juancito, de ahí era de la misma zona de nosotros y era un buen combatiente". Fermín vuelve a hundirse en el silencio un largo rato antes de recomenzar:

-Después agarraron a Foxi y lo empezaron a torturar. Le hicieron lo mismo que a Juancito y él tampoco aceptó que era enemigo. Ahí mismo lo mataron. Llamaron a Raúl, y Elmer le dijo: Ahí está Foxi, muerto, miralo bien, si no querés estar así nos va a decir todo, si confesás te vamos a dejar ir del frente, así hicimos con la Mayra. La Chabela dice que ella misma te dio un dinero, le dijo. Pero eso de la Maira era una gran mentira. La verdad es que ya la habían torturado y matado también. "A mí nadie me ha dado dinero", le dijo él, y ya le pusieron la capucha.


-¿También lo mataron ahí?

-No, como le dijeron que lo iban a dejar ir si confesaba, dijo que sí, que era cierto que la Chabela le había dado cuatrocientos colones. Pero eso era mentira, porque Chabela decía que trescientos le había dado. Entonces ya no lo golpearon, solamente lo dejaron ahí. Y ya la cosa fue conmigo: Ajá, Fermín, me dijo Elmer, me vas a entregar el correo que la Chabela te dio. A mí no me ha dado ningún correo, le dije yo. Sí, acuérdese que se lo di, dijo la Chabela. Elmer me dijo: Decí la verdad, Fermín, no te queremos quebrar las patas. Ya me habían amarrado al árbol y me pusieron la capucha, yo sentía que me ahogaba cuando me apretaban la pita. En una de esas que me quitaron la bolsa de la cabeza le digo a Chabela: ¿Cuándo fue que me diste ese correo? A principios de febrero, dijo ella. Eso me salvó. Ahí estaba Carlos, y le digo: Carlos, usted es testigo que yo me he pasado todo el mes de febrero con usted allá en el volcán. Carlos se acordó que era cierto y entonces se fue contra la Chabela: Vos nos estas mintiendo hijeputa, le dijo, y empezó a torturarla.

-¿Lo dejaron libre a usted?
-No, yo seguí amarrado pero ya no al árbol, solo de mis manos. Pero ya estaba empezando a oscurecer y comenzaron a amarrar en fila a los que habían estado golpeando: La Crucita, Juancito, Chabela, las dos que eran hermanas y hasta al mismo Raúl. A Foxi ya lo habían matado.
-¿Para dónde se los llevaron?
-Es que cuando estaban torturando a la gente, estaba otro grupo retirado, como a media cuadra, que estaban abriendo la zanja de la sepultura. Para allá se los levaron y ahí a garrotazos los fueron matando.

-¿Qué pasó entonces con usted?
-Pues estaba amarrado, y llega Carlos y me dice: "Vos no sé, pero tu mujer sí trabaja para el enemigo. Todas estas viejas putas que salen y entran al frente son informantes. Yo no creo que ella sea eso, le dije yo. Pues en cuanto venga otra vez al frente la voy a mandar a traer, y vos mismo la vas a matar, me dijo. Yo le respondí que no iba a hacer semejante barbaridad, y ya se fue. Ahí en el lodazal me acosté a dormir, sin plástico ni nada, amarrado. A buena mañana llegaron con otros cuatro amarrados.

-¿Combatientes también?
-Sí. Ahí venían Saúl, que le decíamos "Murciégalo" y Nelson. De los otros dos no me acuerdo los nombres. Ahí los fueron a golpear al mismo matadero. Ya bien noche los regresaron bastante maltratadosy los tiraron en el mismo lodazal donde yo estaba. Al ratito llegó la China, una compa del pelotón que nos estaba cuidando, y le dijo a Saúl: "¿Decime si es cierto que también el Marcial está involucrado con el enemigo?", y entonces fue que Saul dijo: "No, China, si yo dije ese montón de mierdas porque ya no aguanto mi cuerpo, me han hecho mierda mi cuerpo, mirá como me han dejado, China", le dijo. Y otra muchacha que también habían torturado dijo lo mismo, Vanesa se llamaba ella, y era la mujer de un compañero al que también ejecutaron de esa misma manera. A esos cuatro que les digo los mataron al día siguiente.

-¿Usted seguía amarrado, don Fermín, lo volvieron a golpear?
-No. Elmer llegó y me dijo: "Disculpá por lo que se te ha hecho, pero entendé que aquí la cosa esta jodida con el enemigo. Vos andate para el puesto de mando y ahí esperá a que nos reorganicemos. Pero el problema es que me salió con lo mismo que Carlos me había dicho de mi mujer. O sea que sí la iban a matar... Si en esos mismos días que estuve en el puesto de mando, mataron a otra señora que era del área de servicios, Maribel se llamaba ella. Es que a diario mataban. Uno de esos días me dijo Elmer que a León, que era el jefe político de mi destacamento, ya lo habían matado allá en la zona de la Ángela Montano, en el lado de Usulután. A Chamba y a Rogelio, que eran jefes de destacamentos del batallón Ernesto Morales, también los mataron. La muerte de Chamba fue triste: lo quebraron todo de los brazos y las piernas, y así lo dejaron amarrado hasta se engusanó el compa. No tuvieron la piedad de matarlo ellos, ahí lo dejaron sufriendo hasta que se murió el solito.

-¿Esa vez que estuvo usted ahí amarrado cuántos mataron?
-Los de esa noche y los del día siguiente fueron como quince, pero solo en ese lugar, porque por otros lados estaban matando otro puño de gente.

-¿Y qué hizo usted ante todo eso, don Fermín?
-Es que no era correcto lo que estaban haciendo. Toda esa gente que mataban no eran enemigos, eran compañeros revolucionarios. Entonces fue que decidí irme de la guerrilla. Cabal la noche del nueve de octubre hice la lista de todos los gastos y del dinero que todavía tenía, que era 645 colones, bien me acuerdo. Ahí en la hamaca dejé el papel y el pisto, dejé el fusil y todo mi equipo, solo una lamparita que era mía me llevé. Me fui monteando toda la noche hasta ya en la madrugada salí a la carretera Panamericana. Ese día, diez de octubre, hubo un temblor bien fuerte, quizás por eso es que los retenes del ejército que estaban en la carretera no pararon la camioneta en la que me monté, y así logré llegar hasta mi casa.

En esos momentos don Fermín no sabía que la matanza apenas había comenzado, que duraría cinco años más, que sería avalada por jefatura de las FPL, cuyo máximo dirigente era el comandante Leonel González (Salvador Sánchez Cerén), y que cobraría más de mil víctimas, como lo establecen los testimonios de testigos y protagonistas directos de esos hechos. Este reportaje ha sido elaborado precisamente sobre la base de esos testimonios, que hemos grabado en audio y video. Cuando este trabajo haya sido publicado en forma de libro, una copia de todos esos testimonios será entregada al Instituto de Derechos Humanos de la UCA.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Mayo Sibrián, el carnicero de la Paracentral

No hay una cifra exacta, pero los cálculos más conservadores indican que el comandante de las FPL ordenó la muerte de más de mil combatientes y civiles en la región Paracentral: La Paz, San Vicente y parte de Usulután. Mayo comenzó a ver infiltrados del Ejército en sus propias filas y desde que asumió el control máximo de la zona, en 1986, hasta que fue degradado, en 1989, efectuó las más crueles torturas para “depurar” a su frente. La comandancia de las FPL lo enjuició y fusiló antes de los Acuerdos de Paz: así dio por cerrado el caso. La matanza que hizo Mayo Sibrián no figura en el informe de la Comisión de la Verdad.
César Castro Fagoaga*

El comandante Mayo Sibrián era un hombre bajo, moreno, de pelo negro desmarañado, que creía firmemente que ningún combatiente que se cortara las uñas o se peinara podría considerarse una persona humilde. Su idea de revolución pasaba porque los guerrilleros cultivaran sus propias milpas de maíz para sobrevivir.

En 1981, poco después de iniciada la guerra civil en El Salvador, sus compañeros de armas lo veneraban. Era un comandante con mucho poder, cercano a Marcial, máximo líder de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), y a Leonel González, segundo al mando.
El 14 de enero de ese año, Mayo sobrevivió una emboscada. Esperaba, junto con el mando estratégico militar de las FPL, una avioneta con armas en un sector conocido como La Sábana. El Ejército los rodeó y mató a la mayoría del mando. En la guerrilla, estas pequeñas hazañas, como salir ileso de un ataque militar, se consideraban prodigios. Y Mayo no hacía más que cosecharlos.
Cayó preso en 1984, cuando José Napoleón Duarte era presidente de la república, el primer elegido de forma democrática en cuatro décadas. El comandante Sibrián, según sus compañeros, fue torturado y de su cautiverio -luego de un canje que incluyó a la hija del presidente Duarte, Inés, secuestrada por la guerrilla- salió desequilibrado. Eso en octubre de 1985.

Pablo Parada Andino, conocido como Goyo durante la guerra, cree que la afición a matar de Mayo fue anterior a la tortura que sufrió. Goyo, jefe de batallón de las FPL y el principal asesor militar de Leonel González, recuerda un episodio a finales de 1981: “Había un combatiente herido, luego de un combate. El instinto primario de cualquiera era ayudarle pero Mayo sacó su pistola y dijo que era perder el tiempo. Le dio dos tiros en la cabeza”.

Un año después, en un campamento en Usulután, un guerrillero decidió que la mejor forma para celebrar la navidad era disparar al aire. Mayo supuso que era contrario y lo ejecutó. “No es que fuera malo desde un principio pero Mayo desarrolló un instinto de irrespeto a los derechos humanos”, dice Goyo.

Hasta ese momento, Mayo era jefe pero no de toda la zona Paracentral. En mayo de 1986, la comandante Rebeca dejó la zona, que estaba a su cargo, para trasladarse al cerro de Guazapa, en San Salvador, a suplir al comandante Miguel Castellanos que había desertado. Mayo Sibrián se convirtió entonces en un semidiós de la Paracentral. Entonces comenzaron los ajusticiamientos en serie.

Fermín tiene ahora 69 años pero cuando salió de las filas de las FPL, luego de cinco años de combatir, rozaba los cincuenta. Él, un campesino de un cantón perdido de Zacatecoluca, decidió unirse a las milicias luego de ser testigo de una masacre cerca de su casa. El 4 de junio de 1981 lo despertó un operativo del Ejército, y él junto a su familia huyó al volcán Chinchontepec, en San Vicente. Ahí perdió a uno de sus hijos. Cuatro días después, cuando el operativo bajó su intensidad, Fermín bajó del volcán en dirección a su casa. Antes de llegar, entró a una casa y se topó con una escena que aún le persigue: los cuerpos de siete niños, amarrados, y degollados.
El 15 de octubre de ese año se incorporó a la escuela militar de las FPL y posteriormente al combate en la Paracentral. Ahora parece un abuelo bondadoso, un hombre cobrizo con el pelo totalmente blanco, al que cuesta creerle, cuando comenta, con los ojos expresivos, que a él le gustaba la guerra.

Fermín recuerda que con la llegada de Mayo Sibrián a la Paracentral comenzó la cacería. “Comenzaron a matar compañeros, decían que eran infiltrados”, relata el anciano. “Yo decía, bueno, algo habrán hecho. Pero la cosa cambió cuando mataron a un compañero del pelotón y luego nos llamaron a nosotros”.

Los ojos de Fermín se vuelven de vidrio cuando pone reversa para recordar esos momentos aciagos: “Un teniente que se llamaba Carlos me dijo un día, mirá Fermín, la situación está complicada, los estamos investigando así que desequípense y pongan aquí los fusiles. Bueno, ni modo, pensé. Pero luego sentí feo porque nos amarraron por detrás, así (las manos detrás de la espalda, con los pulgares atados con una soga). Nos llevaron a un sito apartado, en el monte, no era plano sino que había mucha roca y árboles altos. Ahí estaba el capitán Élmer, uno de los del mando de Mayo. Tenían a una señora de unos 40 años solo en brassier y la estaban golpeando. Cómo van a creer que por 200 colones me voy a vender, les decía ella, si no he venido aquí por dinero. Esa mujer era una doctora y a su hermana, una psicóloga de la UCA, ya la habían torturado y matado.

Llamaron al primer compañero y le dijeron, así que andás con el enemigo, la Chabela dijo que te habían dado dinero. Yo dije que él nunca había andado con dinero, porque él estaba a mi mando y eso lo sabía yo, pero me callaron y me dijeron defendete vos. Al compañero lo amarraron a un árbol y le dijeron que se iba a morir si no decía la verdad. De eso yo no me puedo hacer cargo, decía él. Tenían un garrote de guayabo y le comenzaron a dar en las piernas y después le pusieron una capucha en la cabeza y le socaron el cuello con una pita: cada vez que se la quitaban salía con la cara morada. Lo soltaron para luego amarrarle los dedos con los tobillos para colgarlo de un amate. Ahí clamó a su madre antes de morirse.

Después llamaron al Foxy, un radista. A ese lo mataron saltándole encima. Raúl fue el siguiente y lo que le dijeron fue que no le fuera a pasar lo mismo que al Foxy. La Chabela dice que te han dado 300 colones. La Chabela era una mujer que colaboraba pero nunca agarró un fusil o algo parecido. A ella también la habían torturado y la tenían también amarrada a un palo.
Raúl, luego de mucha tortura, parecida a la de los demás, les dijo lo que querían escuchar. Pero les dijo que había perdido los colones. Igual lo mataron.

Me llamaron a mí después y fue lo mismo: la Chabela dice. En este caso, la Chabela decía que me había dado un correo y que yo me lo había guardado. Te vas a morir, Fermín, me dijeron. Pues me voy a morir entonces, le respondí, porque de eso no me hacía cargo. Me pusieron la capucha y sentí que me ahogaba. De ese día no me olvidaré jamás: fue un 22 de septiembre de 1986. La segunda vez que me la pusieron me desmayé. Cuando me desperté aquello siguió y me decían que fuera a traer el correo. Se me ocurrió preguntarle a Élmer, que ahora es un pastor evangélico, que cuándo supuestamente la Chabela me había dado el correo. La Chabela dijo en febrero se lo di. Entonces yo le recordé a Élmer que en febrero había andado junto a él en el volcán y que era imposible que hubiera recibido un correo.
Entonces el capitán Élmer se dio cuenta de que la Chabela estaba mintiendo y la volvieron a torturar”.

Fermín dejó el campamento cuando se enteró de que el capitán Élmer tenía en la mira a su esposa, Carlota. La acusaba también de infiltrada. Fermín dejó la Paracentral y marchó a la capital junto a Carlota. Ahí, en una colonia de Apopa, sobrevivió la guerra.
La creatividad de la tortura

Durante la guerra, Goyo (Parada Andino), el principal asesor militar del comandante Leonel González, estuvo a punto de perder un ojo. Una bala se le incrustó en la cabeza y tuvo que salir del país para recibir tratamiento en La Habana. Este incidente le lleva indistintamente a recordarse del comandante Sibrián.

“Mayo se inventó aquello, que cualquier enfermedad era psicológica”, dice Goyo. “Fijate que, una vez, una compañera que se llamaba Sonia se detectó un bulto en el pecho y se diagnosticó un posible cáncer de mama, porque era estudiante de último año de medicina. Se los informó a los jefes pero Mayo dijo que seguro ese era un problema psicológico. Sonia murió en La Habana, cuando el cáncer era irreversible”.

Goyo conoció a Mayo a principios de los ochenta, cuando Sibrián comenzaba a forjarse su historia y él era un joven de 18 años a cargo de las milicias de San Vicente. La primera impresión entre ellos no fue buena. Mayo ataba su fusil con una pita vieja; Goyo se esmeraba en que el suyo luciera nuevo. Mayo no se rasuraba y detestaba andar limpio; Goyo, procuraba bañarse todos los días, se peinaba y usaba un sombrero de medio lado.

“Con Mayo no te podías poner una camisa de marca y mucho menos usar loción, pues él era fanático de una actitud dizque humilde”, recuerda Goyo.

En octubre de 1987, las muertes de Mayo llegaron a oídos de la Comandancia General de las FPL, que en ese momento, tras la muerte de Marcial, eran dirigidas ya por Leonel González (nombre de guerra de Salvador Sánchez Cerén, actual jefe del grupo parlamentario del FMLN). Leonel le pidió a Goyo que encabezara una misión a la zona Paracentral para verificar lo que estaba ocurriendo.

¿Cuál fue la orden exacta de Leonel?

Leonel me dijo: andá a conocer la situación, a ver qué está pasando ahí. La situación era evidente porque el flujo de combatientes hacia otros frentes era cantidad.

No era un secreto a voces pues.

No, es más, cuando me dirigía a San Vicente pasé antes por San Salvador. En el centro, me encontré con varia gente, civiles pues, que me contaron lo que estaba pasando. Fueron al menos tres o cuatro casos muy parecidos.

¿Qué encontraste a tu llegada?

Hablé con 50 personas, entre combatientes y civiles, y todo mundo contaba detalles. Te aseguro: no había indicio alguno de que fueran enemigos. Luego de irme me di cuenta que a todos con los que hablé los mataron. La cuestión es que casos como este existieron en todos los frentes de guerra, solo que este no hay manera de ocultarlo: se vieron las más inimaginables formas de tortura, lo más bajo que el ser humano puede ser con otro.

Me podrías mencionar un caso.

Te podría mencionar varios. Vaya, cuando yo llegué ese día salvé la vida de tres cipotes (niños). Mayo los tenía amarrados en una banca, al centro de una explanada. La gente pasaba frente a ellos y era como si nada, y los niños estaban todos orinados. Yo pensé: ¿Cómo podés considerar enemigo a un niño a tal punto de merecerle la muerte?

¿Se lo dijiste a Mayo?

Se lo dije. Él argumentó que no estaban convencidos y que había que socarlos para convencerlos. Para convencer a la gente, Mayo llevaba a la gente a ver sesiones de tortura o los ponía a torturar.

¿Cómo se justificaba Mayo?

Él estaba completamente enterado de que yo llegaba a hacer eso. Siempre conversamos de la tortura y él me decía que era una cuestión de visiones: yo le decía que eso no se podía hacer y para él era algo hasta natural. En una conversación, me acuerdo, se esmeró en convencerme de que a la guerrilla de Filipinas la habían desbaratado con infiltraciones, eso lo había leído en un libro que tenía que siempre cargaba consigo. Sus convicciones giraban en torno a eso.
Goyo terminó su misión y elaboró un informe para Leonel: En la Paracentral, concluyó, se está matando gente inocente. Leonel, según Goyo, hizo caso omiso de la información, una versión que ha sido confirmada por otros comandantes de la guerrilla. Mayo continuó.

En ese año, la noticia de lo que ocurría en San Vicente corría como pólvora en los demás frentes de guerra. Miguel Huezo Mixco, ahora oficial de comunicaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, se desenvolvía en ese entonces como uno de los encargados de la radio clandestina de la guerrilla en el departamento de Chalatenango. Su base estaba en los Naranjos, en el municipio de Las Vueltas.

Miguel recuerda que en 1987 dos comandantes de la Paracentral visitaron el campamento de la radio para dictar un curso de seguridad. La charla fue para alertarlos del tipo de riesgo de un campamento tan clandestino como el de la radio, para evitar a los infiltrados. Los lugartenientes de Mayo Sibrián usaron como ejemplo lo que sucedía en San Vicente. Dijeron que había habido un proceso de infiltración promovido por la inteligencia del Ejército y que eso lo debían tomar en cuenta. Ellos, dice Miguel, estaban plenamente convencidos de que lo que habían hecho era un proceso de depuración.

Las indicaciones de los dos comandantes pasaban por vigilar que los que hacían posta no encendieran sus linternas para hacer señales durante la noche o si algún compañero ponía mucha resistencia cuando se apagaba el fuego (por aquello de las detecciones aéreas) luego de haber cocinado. “Era una especie de autovigilancia colectiva más allá de lo que (Michel) Foucault describe”, explica Miguel Huezo.

Después se enteró de un caso que le tocó personalmente. A Cruz, una psicóloga de la UCA, la conoció en Chalatenango. Era muy católica, tenía los ojos azules, la piel blanca y el pelo rubio. “Era talvez como un angelito”, dice Miguel. Uno de los comandantes de la charla les dijo: “Hasta esta Crucita cuando la careamos se convirtió en una fiera y se lanzó contra nosotros”.
A Miguel se le movió el piso. “Algo no me cuadró en ese momento: Ella debió estar llena de coraje por una situación que le pareció injusta”, dice.

La radio Venceremos tenía entre sus deberes informar las bajas de la guerra, las suyas y las del Ejército. Miguel reconoce que la Venceremos inflaba la cifra de fallecidos de los militares pero dice no saber si las bajas por torturas figuraban en los partes que llegaban desde San Vicente.
En el caso de la Venceremos que transmitía desde Morazán, en la zona oriental del país, la orden girada por la comandancia del Ejército Revolucionario Popular (El ERP, otra de las facciones que compuso al FMLN) fue de no transmitir los reportes de bajas de la Paracentral.
La vida en Las Pampas

Las Pampas es una comunidad enclavada en el municipio de Tecoluca, en San Vicente. Durante la guerra civil fue cuna de combatientes y ahora, a quince años de los Acuerdos de Paz, es una comunidad de campesinos que simplemente la pasa.

El chele Trini fue el último presidente que tuvo la cooperativa que se formó luego del fin de la guerra. A Las Pampas llegaron varios proyectos que fueron fracasando paulatinamente. No era falta de interés, dice Trini, simplemente que lo que se les facilitaba no estaba adaptado a la realidad de la comunidad.

“Nos otorgaron un proyecto de ganado por un millón 300 mil colones, pero nosotros les decíamos (a una organización civil afín a las FPL) que no lo podíamos manejar. Nosotros les plantemos reformular el proyecto pero no quisieron. Igual nos lo dieron y al poco tiempo la cooperativa dejó de funcionar”, relata Trini, un ex combatiente de las FPL.

Ahora, las familias de Las Pampas subsisten de sus cultivos o de los trabajos que algunos miembros tienen en los pueblos cercanos. Su principal queja es que la comandancia de las FPL nunca los ha visitado luego del fin del conflicto.

Frente a la casa de Trini está la de Tancho, la cocinera del mando de la Paracentral, la mujer que le cocinó a Mayo Sibrián por muchos años. Un poco más adelante, por un camino sin asfalto y aderezado de piedras, vive Edwin, otro combatiente de las FPL, que adora París porque fue en Francia donde le reconstruyeron su pierna derecha luego de ser alcanzado por las esquirlas de una bomba.

Edwin, como cualquiera de Las Pampas, vivió su experiencia con Mayo. Del comandante recuerda tres cosas: fumaba mucho, hablaba solo y era muy pedante. En 1989, poco antes de la ofensiva final de la guerrilla, Edwin estaba en Nicaragua a la espera de volver a El Salvador. A él y a otros tres compañeros les propusieron una misión que tenía todas luces de ser suicida: debían conducir una avioneta cargada de misiles y demás armas hasta la costa de la Paracentral y ahí entregarlas. Si los capturaban, les dijeron, las FPL no se harían cargo.

“Nos dijeron que de nosotros dependía el fin de la guerra, pues si esas armas llegaban al frente íbamos a ganar”, dice Edwin. “Yo me sentí emocionado cuando cumplimos a cabalidad la misión, pero todo cambió cuando nos tocó juntarnos con el comandante Mayo Sibrián”.

Mayo los llamó a los dos días de haber llegado con la avioneta. Sibrián, cuenta Edwin, se dirigió directamente a él: “Vos sos de la CIA, no sos compañero, y yo a esos los mando a los cerros de San Pedro”.

“En ese momento pensé que se refería a unos cerros que hay en San Vicente pero luego los compañeros me aclararon que se refería a otra cosa. A matarme, pues”, añade.

En ese tiempo que estuvo bajo las órdenes de Mayo Sibrián, Edwin dice que vio morir no menos de 60 personas acusadas de contrarrevolucionarios. “Mayo decía que había estudiado psicología y que con su mirada hacía llorar o determinaba quién era contrario. Fue en ese momento que yo me pregunté: Bueno, y entonces, ¿quién es el enemigo?”, dice Edwin.
El juicio de las FPL

La comandante Rebeca dejó la conducción de la Paracentral a Mayo Sibrián en 1986. Para esa época, Mayo ya había sido canjeado como prisionero. Después de la guerra, Rebeca, miembro de la comandancia general de las FPL, comenzó a usar su nombre verdadero, Lorena Peña, y formó parte de la vida política del país. Actualmente es diputada por el FMLN en el Parlamento Centroamericano. Peña dice que nunca se imaginaron que Mayo actuaría de esa forma. “Usted no ve a un desequilibrado antes de que sea desequilibrado”, explica.

Peña asegura que la comandancia de las FPL se ocupó del caso en la medida en que las investigaciones y las comunicaciones en medio de una guerra se lo permitió. Goyo presentó su informe a Leonel en 1987 pero Mayo Sibrián no fue degradado hasta dos años después.
Sin embargo, hay ex combatientes que le dan mucho mayor peso a lo ocurrido. Francisco Jovel, uno de los cinco comandantes que formaron la comandancia general del FMLN (era el máximo dirigente del Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos-PRTC), conoció la noticia e incluso ha llegado a decir que ese hecho estuvo a punto de disolver a la comandancia antes de la ofensiva final de 1989.

Durante el conflicto, la guerrilla se dividió el país en zonas. Aunque la Paracentral tenía más presencia de las FPL era el mando del PRTC el encargado “oficial” del lugar. Roberto Roca, como se conoció a Jovel en la guerra, estaba enterado.

En una plática sostenida con El Faro a finales de 2005, Jovel comentó: “Hubo excesos graves. Dieron lugar a unas discusiones terribles, casi incluso a una desorganización de la comandancia general. Las FPL cometieron el error de tolerar a un tipo que estaba medio loco, en San Vicente. Era el llamado comandante Mayo Sibrián. Este tipo empezó a ver a infiltrados del ejército en casi toda la tropa. Y comenzó a matar a un montón de gente de su tropa. Las FPL fueron muy lentas en la averiguación e investigación de los métodos que este tipo estaba empleando, y llegó a creerle por mucho tiempo que era cierto que había una red de infiltrados”.

Jovel sigue: “Cuando me di cuenta yo lo comuniqué a los demás miembros. Exigimos que se le pusiera paro. Pero aún así, las FPL lo que hicieron fue enviar a una gente para que investigara en San Vicente. Era lento, una burocracia enorme y el tipo continuaba haciendo estragos. Yo estoy convencido de que las FPL debe de dar cuenta de eso. A las familias de esas personas. Es cierto que posteriormente llegaron a la conclusión de que Mayo Sibrián había cometido desmadres y eso no podía continuar así. Lo juzgaron y lo fusilaron, después de un juicio sumario. Entiendo que aprendieron una durísima lección”.

La situación llegó a tal punto que, durante una reunión en 1988, un año después del informe de Goyo, Jovel amenazó con abandonar la comandancia general del FMLN si las FPL no controlaban a Mayo Sibrián. El encuentro fue en Managua, Nicaragua, cuando se ponían los puntos finales de la planificación para la ofensiva final del siguiente año. Las FPL se comprometieron a poner orden.

Lorena Peña cuenta que otros dos comandantes se trasladaron a la zona: el comandante Douglas, Eduardo Linares, actual concejal de la alcaldía de San Salvador; y Ricardo Gutiérrez, un ex jesuita guatemalteco que colaboraba con las FPL.

Su primera acción fue degradar a Mayo. El comandante Sibrián pasó a ser entonces un combatiente más y estuvo bajó las órdenes de Guayo, vecino de Trini y Edwin en Las Pampas, en un taller vocacional para guerrilleros. Guayo recuerda que Mayo estuvo con él seis meses, entre 1990 y 1991, poco antes de su fusilamiento. De él no tiene quejas pues dice que trabajó como uno más. Cuenta, eso sí, que hablaba mucho tiempo solo y se contaba frenéticamente los dedos de las manos.

“El señor ese trabajó lo máximo, hacía lo que lo mandara a hacer. La verdad es que se me hacía duro tratarlo como un combatiente común”, dice Guayo. En ese tiempo, Mayo se dedicó a acarrear sacos de maíz y desenterró una bomba de 500 libras que había soltado un avión y que no había detonado.

Mayo estuvo todo el tiempo libre, sin ataduras ni vigilancia. “Tratándose de estas circunstancias tuvo tiempo para fugarse, ¿Por qué no lo hizo?”, reflexiona Guayo. ¿Alguna idea? “Sí, yo creo que no sabía que lo iban a matar”.

El comandante Sibrián tuvo un juicio sumario donde se le encontró culpable de haber cometido abusos. La decisión del tribunal, un grupo de personas del mismo mando de Mayo, fue fusilarlo. El lugar elegido fue en el cerro Campana, en un lugar conocido como La Gavidia. Tanto Edwin como Guayo estuvieron presentes en el momento de la ejecución y los dos coinciden, por separado, en las últimas palabras de Mayo.

“Fue categórico y no se aguevó. Con la muerte mía, dijo, no se va a resolver este problema, esto se les va a revertir”, recuerda Guayo. Mayo Sibrián, antes de ser fusilado por un pelotón, pidió que se le entregara una carta a su familia y dijo que todo lo que había hecho fue con el aval de la comandancia general de las FPL.

Lorena Peña, que formaba parte de esa comandancia a la que se refería Mayo, niega que las torturas fueran un método empleado para depurar infiltrados en las filas de las FPL. “Hubo infiltrados en nuestro frentes, es cierto, pero eso no se justifica”, dice ahora la diputada. “El rigorismo como él interpretaba la disciplina fue excesivo”.

Luego añade: “No es cierto eso porque yo era de la dirección y eso no pasó. Si hubiera tenido nuestro aval lo hubiéramos premiado, pero, como le digo, no fue así”.

A Salvador Sánchez Cerén, responsable máximo de las FPL y uno de los cincos comandantes del FMLN (del mismo rango que Jovel), el tema todavía le causa escozor. A manera de explicación y un poco molesto responde: “Creo que en la etapa de la guerra las organizaciones político-militares teníamos nuestras leyes, y estas estaban destinadas a afectar lo menos posible a la población… a los infiltrados se les hacia un juicio y eso a veces se prestó a que alguien tomara medidas arbitrarias. En esos casos la organización hizo sus investigaciones y a partir de ahí se tomaron las decisiones”.

“Pero eso fue en el marco de la guerra, y en ese marco nosotros éramos una fuerza militar con nuestra conducta militar y aquel que violaba la conducta militar era sometido a los procedimientos que tenia la guerrilla”, justifica Sánchez Cerén. Luego de soltar la frase da por terminada conversación.

Es por eso que las FPL, luego del fusilamiento, dieron por cerrado el caso de Mayo Sibrián.
Pero la historia se ventiló nuevamente con la llegada de la paz. Hubo al menos dos reuniones ya fuera de la clandestinidad donde se habló de ello. En la segunda, realizada en La Palma, Chalatenango, varios ex combatientes de San Vicente expresaron su molestia. Goyo (Parada Andino) fue uno de ellos.

Miguel Huezo Mixco también recuerda esa reunión en la que pidió que la investigación por las muertes que había causado Mayo se hiciera también hacia arriba, hacia la comandancia de las FPL.

Peña, que también estuvo presente, dice que la dirección no aceptó la petición de formar una comisión investigadora pues consideró que el caso estaba cerrado. Lo que sí hicieron fue degradar a dos de los comandantes del mando de Mayo por no informar a tiempo. “Uno de ellos”, dice Peña, “reconoció que teníamos razón, que un comandante siempre debe ser acucioso”.

Un año antes de firmada la paz, Miguel tuvo que salir a Managua. Mientras esperaba su retorno al país coincidió en una casa de seguridad con uno de los lugartenientes de Mayo. Era, según dice, alguien que ahora mismo todavía ejerce como político. Durante varios días, este comandante le contó lo que había hecho bajo el mando de Sibrián. Arrepentido, según Miguel, su compañero de armas le describió múltiples torturas que le erizaron la piel.

“Qué paloma”, pensó Miguel, “es decir que si hubiera estado en San Vicente me hubieran quebrado (porque dice que seguramente la ironía no le hubiera ayudado a tratar a Mayo Sibrián). El otro le contestó: “Quién sabe, a lo mejor y hubieras participado de los hechos. No tenías opción: o eras observado o eras de los que observaban”.

Miguel renunció poco después de esa reunión de las FPL en La Palma, en buena parte porque todo lo que hizo Mayo Sibrián no apareció nunca en el informe de la Comisión de la Verdad.
Lorena Peña dice tener una explicación para esta omisión: “El Ejército masacró a más de dos mil almas en esa zona. Yo creo que la gente privilegió eso porque todavía le afectaba. Con el juicio de Mayo no se solucionó todo pero se hizo justicia y nosotros como Comisión Política, en su momento, pedimos perdón a las familias por lo ocurrido”.

Los combatientes de la Paracentral no pueden olvidar a Mayo Sibrián. Los que cuentan aquí su testimonio vieron morir a muchos de sus compañeros y aseguran que los cadáveres, en la mayoría de los casos, no fueron enterrados. Los zopilotes acabaron con ellos.

*Con reportes de Edu Ponces.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Las locuras de un comandante del FMLN


El ajusticiamiento de Mayo Sibrián Mayo Sibrián fue un comandante del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), estuvo preso en las bartolinas de la fuerza armada en 1984 y fue liberado en octubre de 1985. Mayo era un hombre duro, y lo mandaron para el Paracentral cuando salió de la cárcel como castigo de haber caído preso, se desconfiaba de él porque pudo haber dado información al enemigo. Mayo llegó furioso, él se dio cuenta de la información con lujos de detalles que tenía el enemigo de la guerrilla, en cuanto a su estructura de mando y sobre la distribución de las zonas controladas, asimismo sobre los canales de abastecimientos, etc. Mayo Sibrián, cuando estaba en la cárcel, los miembros de inteligencia de la S2 lo que hacían era darle un poco de referencias para ver cuánto le sacaban, él también recopiló datos que tenían ellos, que le daban de carnada, para extraerle información. La S2 era el departamento de inteligencia o Sección de Investigaciones Especiales que tenían en cada cuartel, Mayo algo de razón tenía, yo por lo menos comprobé varios casos, había una red de inteligencia del enemigo al interior del frente. Mayo empezó su trabajo desde que llegó al paracentral, yo continuaba en ese tiempo en el volcán de San Vicente, ya se había convertido en una subzona, se había trasladado completamente el mando a Gavidia y el oriente sólo se veía como una subzona. Mayo organizó una escuadra especial para tratar los casos de la infiltración, a nosotros nos llegaba el mensaje, mándame a zutano, a fulano y a mengano pero amarrado, tenía que ir ya preso y así hacíamos, atábamos a los compañeros y los mandábamos. Empezó precisamente con todo el aparato de comunicaciones y rastreo en el batallón Andrés Torres, que estaba ubicado en el volcán de San Vicente, allí estaban los aparatos de rastreos, eran utilizados por compañeros radistas que escuchaban todo el tiempo al enemigo, ya se había establecido comunicación a través del mismo radio PRC 77 con la fuerza armada, y a través de ahí fue organizando la infiltración enemiga. Los radios PRC 77 eran los que usaba la fuerza armada en el terreno para comunicarse, nosotros los recuperábamos y por ese medio los escuchábamos, a cualquier canal que se fueran descifrábamos sus claves, sabíamos las posiciones, se llegaba a conocer tanto a los que hablaban que cuando se les oía hablar, se reconocía la voz y se identificaba en que unidad andaba y el lugar, porque se escucha y se identifica a la voz de cada uno y, ya se sabía quién era quién y aunque se cambiaran de indicativo. Mayo creía que la gente de nosotros que hacía esta escucha se comunicaba por medio de esa radio con la fuerza armada. No se podía descartar del todo, porque hubo hechos que lo demostraron, por ejemplo el caso de, que a partir de un determinado tiempo, Mayo llegó a un grado de desconfianza enfermiza que, todo era secreto, pero absolutamente oculto, de tal manera que cuando íbamos a preparar una operación militar sólo debían conocer de ella tres personas y el jefe, y nadie más, estaba preparando una operación de emboscada y… cabal sólo sabían las tres personas y yo. Cuando ya estaba preparada la operación militar reunimos los tres pelotones en un lugar determinado para informarles parte, no todo el plan, el jefe de pelotón, comenzó a dar las órdenes para preparar la comida, la logística y el abastecimiento, hasta ahí, pero se les decía un día antes, el jefe del pelotón empezaba, sin decir, sino que hagan esto y lo otro, limpien los fusiles, preparen comida, cada quién, sin decir para qué, porque a la gente se les comunicaba ya vamos a reunirnos en tal parte, pero ya iban preparados, en ese lugar se les informaba sobre el plan y ahí todo mundo iba claro, pero ya iban todos de camino hacia la misión. Un compañero fue al lugar donde se iba a transmitir el plan, y no apareció, como pasaron horas y no llegaba lo mandé a buscar y no lo encontraron, había desertado. Cuando el pelotón se concentró para que le dieran a conocer el plan, él estaba en posta (de centinela), es decir, que estaba vigilando, asegurando que no los atacaran los miembros de la fuerza armada, cuando el pelotón salió lo buscaron, y no lo encontraron y el caso fue que ellos se fueron por la calle y vieron la huella donde él había pasado, ahí nadie caminaba porque ese lugar estaba minado, entonces cuando el compañero pasó el plan, él, apareció hasta después y… — ¿Y vos dónde has estado?, y… ¿y por qué no te encontramos?, ah… — Es que estaba encaramado en un palo de mango, yo oí cuando me andaban gritando, ya sabía que iban ir a una operación militar pero como no quería ir, por eso no les contesté. Me lo mandaron amarrado con una nota, sólo me decía que él no se había presentado a la hora y que por eso, que lo tuviera amarrado por si acaso pensaba desertar, vaya ahí lo tuvimos, lo estuve interrogando sobre las razones del por qué no había querido ir, ah, no quiero, ¿y por qué no te encontraron cuando te fueron a buscar? Ahí estaba subido en el palo de mango, y no quería ir; ahí lo dejamos amarrado, la operación militar iba empezar el día siguiente en la mañana, pero antes de la hora comenzaron el bombardeo blum, blum, blum, blum, blum, llamé por radio en repetidas ocasiones, nadie me contestó, a las dos horas me contestó un radista, le pregunté: — ¿Y qué pasó? — Nos acabaron. — ¿Qué? — Corrimos y nos alcanzaron. Solo eso alcanzó a informarme, se cortó la comunicación y le seguí llamando y nada, le dije a los compañeros, vayan a darle verga a ese hijueputa que él es el traidor, porque fue una emboscada, fueron a darle verga y confesó todo, todo. Dijo que a él no lo encontraron, porque tenía un contacto en el monte con la Patrulla de Reconocimiento de Largo Alcance (PRAL), él fue el que había minado esa zona, claro, podía pasar por ahí, y hasta dijo cómo se identificaban, el caso es que el compañero radista me dijo, nos acabaron, yo dije, eran como ochenta compañeros y al final, ahí si lo ajusticiaron y en realidad no se habían acabado a toda la gente, quince guerrilleros fueron los que murieron. Entre otro orden de cosas, recuerdo un compañero que era un gran hombre, pero para Mayo Sibrián era un enemigo, me dio la orden tres veces que lo ajusticiara y no lo hice, y como no le obedecía me dijo que yo también era parte de la red de infiltrados, y para que no me involucrara, con todo el dolor de mi alma, sabiendo que era un combatiente aguerrido y de extrema confianza tuve que mandarlo a ejecutar. Ese proceso de “purgas” que Mayo ejecutó, no fue él el único que lo hizo, si traemos a cuenta el asesinato clandestino de Roque Dalton y de otros compañeros, llegamos a la conclusión de que ese fue un procedimiento que se vino dando durante todo el transcurro del conflicto armado, Mayo lo que hizo fue hacerlo abiertamente, a la luz del día, y además era una concepción, yo cuando era novato de haber ingresado a las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), recuerdo las discusiones que teníamos para no apoyar por ejemplo el uso de anticonceptivos, traigo esto a cuenta para mostrar, el nivel ideológico, tan cerrado y oscurantista y absurdo que se fue dando, y de tal manera que cualquier situación por pequeña que fuera, pero que se saliera de esta concepción ya era visto con desconfianza. Había, el convencimiento que era necesario filtrar gota a gota hasta lograr la potabilización de la fuerza guerrillera, hasta quedar en el asiento del filtro la esencia del color rojo, porque el que cuestionaba o preguntaba lo más probable es que era traidor en potencia o ya lo era, la revolución tenía que ser pulcra. Mayo Sibrián informaba a la comandancia de las FPL del sistema inquisitivo que tenía establecido, y le correspondía los mensajes que él mandaba; de tal manera que estaba autorizado por los cinco comandantes del FMLN de lo que estaba haciendo, él mismo nos enseñaba el cuaderno de mensajes, no obstante después del Acuerdo de Paz, aducen amnesia o que se pusieron en contra de crímenes que cometía Mayo, la pregunta es: ¿Si no estaban de acuerdo, como se explica la tolerancia? Se iban a llevar a cabo una campaña de reuniones y asambleas, para preparar unos combatientes para que participaran como delegados ante el consejo nacional de las FPL, pero, la zona era tan inestable con tanto enemigo alrededor, no se podía, nos turnábamos, por ejemplo, del volcán de San Vicente teníamos que ir ocho compañeros, se hizo en dos asambleas de tal manera que fueron cuatro primero, y cuatro fueron después, en esa primera asamblea que hubo que participaron los primeros cuatro, Mayo Sibrián, se los dijo con claridad a los compañeros que fueron del volcán: — En ese volcán tenemos un jefe aguado, yo no sé si realmente es de nosotros o es infiltrado, vengan se los voy a enseñar. Se estaban refiriendo a mi, después les dijo: — Vengan para acá, les voy enseñar cómo se hacen las tareas revolucionarias aquí. Habían llevado un pelotón de jóvenes cuyas edades oscilaban entre los 12 y 17 años procedentes de un campamento de refugiados salvadoreños que estaba asentado en Honduras, para integrarlos a la guerrilla, les dijo: — Cipotes háganse para este lado y se ponen en fila. Los muchachitos pensaban que Mayo les iba a decir algunas palabras de bienvenida, estaban contentos y sonrientes, se les notaba el nerviosismo característico de su edad, sin mediar palabra Mayo tomó su fusil y le dijo: — Vaya les voy enseñar, plah, plah, plah, plah. Los masacró a todos, los bichitos cayeron al suelo como si eran pollitos, sin saber por qué los había asesinado el comandante. Disparó a sangré fría a quince niños que habían llegado, y a los compañeros procedentes del volcán de San Vicente le dijo: — Todos estos monos son enemigos, y por eso les mostré como se debe actuar, ay que ser revolucionario hasta las últimas consecuencias, para que le digan a su jefe (se refería a Abelio) cómo es que se hacen las cosas en ese lugar. Asesinó a estos niños delante de la gente que yo había mandado, y que estaban participando en la asamblea, Mayo Sibrián comentó más cosas sobre mi persona, a mí ellos no me quisieron comentar todo, pero lo que sí, que cuando llegaron me dijeron: — Abelio te vamos a cubrir la retirada, ándate, antes que te mate ese loco, acordate que además es hombre de confianza de la comandancia general del FMLN, tenés todas las de perder mejor huí, hoy que podes. — Yo no debo nada y nada temo, voy a topar. Me fui para el campamento de Mayo Sabrían, ellos estaban al tanto que iba, me esperarían en tal parte, sabía dónde nos íbamos a juntar. Cuando estaba por llegar al lugar de contacto que ya habíamos quedado, a saber si uno ya estaba prejuiciado, pero yo sentí que… como que me querían matar ahí, pero pasé. Al segundo día de haber llegado Mayo Sibrián me entregó unos cuadernitos pequeños, en la mitad de una hoja estaban escritos los nombres de unos colaboradores que se habían ofrecido a colaborar, que eran de allá de la zona del volcán. Mayo me dijo, Abelio aquí están los nombres de esta gente, búscalos viven en tal parte, quieren colaborar con nosotros, metí la hojita en el cuaderno, y cuando estábamos en la votación para elegir los que iban ir al consejo, nos dijeron que en la mitad de una hoja del cuaderno, que ahí escribiéramos dos nombres de quienes queríamos que fuera, de la lista que estaba ya, yo anoté los dos nombres, y cuando se llegó la hora del almuerzo, dijeron vamos a recoger los nombres hasta después, fuimos a comer, al regreso, Mayo estaba recogiendo los papeles, los leía y estaba anotando quién quedaba electo, todos fuimos a depositar los papeles en un guacal y de ahí él extraía los nombres. Estábamos participando dieciséis compañeros, era una asamblea para elegir al consejo nacional de la FPL, estábamos en círculos y se puso a observar la cara de todos nosotros. Ese ambiente se volvió tan tenso que, una mosca zumbaba como un avión, todo mundo se quedó paralizado cuando él empezó hablar de la manera siguiente: — Uujum. Aquí hay un enemigo, que se ponga de pie. Los presentes sentimos congelarnos porque como sabíamos que era loco, él podía señalar a cualquiera y afirmar que era traidor, e inmediatamente ahí mismo pegarle un balazo, la palabra de Mayo Sibrián era ley. Y siguió viendo, de repente, cambio de tema y prosiguió con la reunión en aparente normalidad. Tenía mi champa ubicada un poco retirada del campamento de Mayo y su gente, en medio del campamento había un chorrito de agua de un nacimiento natural que caía en una pila, él estaba reunido al centro del campamento con todos sus subalternos, por temor más que por lealtad la gente siempre le alababa todo lo que él decía, estaban carcajeándose cuando yo estaba llenando mi caramañola y, escuché que él estaba hablando de mí, y la gente se destornillaba de la risa. Me fui acostar con el fusil puesto en ráfaga, me lo coloqué en el pecho y con el dedo en el gatillo, la mujer al verme, sorprendida me preguntó; — Abelio y qué te pasa, algo te sucede, decime ¿qué es? — No voy a dormir. — ¿Por qué? — Mayo me va matar, y no me va agarrar dormido. Esta situación de aniquilamiento físico fue en el paracentral descomunal, el “ajusticiamiento” de los mismos compañeros fue a nivel nacional e internacional, muchos compañeros del paracentral se fueron para el exterior y nunca volvieron porque los eliminaron físicamente, por lo tanto, no hay que echarle a Mayo Sibrián toda la culpa. Mayo Sibrián pertenecía a la comisión política y era el jefe del frente paracentral, y yo era jefe de la subzona de volcán de San Vicente. Habíamos cinco jefes de subzonas y tres incluido Mayo que formaba parte del secretariado, era una especie de conducción colectiva, nos llamaron a la reunión, pasó el primer día, los que habíamos llegado de otra subzona casualmente nos habíamos colocado por un pequeño bosque, habíamos amarrado las hamacas en unos árboles, ahí nos juntábamos en la noche a analizar como estaba la situación, los cinco de la subzona estábamos conscientes de que estábamos literalmente cagados, así lo dijimos cagados, no teníamos valor de decir la verdad porque era jodido. Poner el dedo en la llaga nadie tenía valor, entonces nos pusimos de acuerdo para solicitar el turno para intervenir, de tal forma que fuéramos diciendo la verdad sobre la paranoia de Mayo, pero apoyándonos unos con otros y vigorizando nuestros planteamientos. El comandante Ricardo Gutiérrez asistió a la reunión en calidad de representante de la dirección de las FPL, por esa razón él estaba dirigiendo la reunión y daba la palabra, Carlos pidió opinar, después David (eran hombres de confianza de Mayo), después Raúl y por último yo, porque era el odiado, Carlos se acobardó, no tomó la iniciativa a él correspondía el turno de primero, Raúl que era de los últimos, pidió hacer uso de la palabra, como estábamos claros que al pedir uno de nosotros la participación, seguíamos los otros, o sea que los cinco estábamos en continuidad, nos íbamos a reforzar mutuamente, porque en la práctica estábamos los cinco contra los tres del secretariado que eran los que apoyaban a Mayo, si había sido elegido por el organismo que él conducía, eran los que tenían que estar más a su lado. Raúl pidió la palabra, pas, pas, pas, le caímos los otros y, ahí dimos a conocer lo que estaba sucediendo, es decir, todo lo que Mayo Sibrián hacía, ese día se acabó Mayo, Margarita la mujer de él, hasta esa noche me habló, me dijo, hoy si le voy a contar todo. Siguió la reunión, siete días pasamos en sesión. Margarita me contó que Mayo la golpeaba y que estaba con él por terror no por amor, era un sometimiento a la fuerza bruta, obviamente contra su voluntad, ella tenía miedo que Mayo en sus ratos de locura, la acusara de traidora y la hiciera fusilar, no sin antes torturarla, bajo el pretexto de obtener información. A Ricardo le ordenaron que él quedaba de jefe y que Mayo Sibrián a partir de ese momento estaba suspendido de todos los cargos políticos y militares que ostentaba, Mayo dijo, si ustedes deciden que me van a fusilar, no crean que me voy escapar, estoy conscientes que lo que he hecho ha sido lo correcto y voy a responder por ello, si la decisión de ustedes es que me fusilen, háganlo. A petición de la Comisión Política (CP), nos trasladamos dos compañeros, fui con Gavidia a Chalatenango a dar el informe de cómo había estado la situación acerca del caso de Mayo Sibrián. Después de haber informado a la CP, regresamos a San Vicente, ahí en asamblea la mayoría iba a tomar la decisión de que se hacía con Mayo, los asambleístas pidieron ajusticiamiento, pero la CP no daba el visto bueno, era lógico, porque de manera indirecta se estaba cuestionando las prácticas de “ajusticiamiento” de combatientes sin previa investigación, simplemente por pura sospecha o porque a alguien se le ocurrió, mientras tanto, Mayo anduvo deambulando en los talleres de producción, él no exteriorizó en ningún momento muestras de arrepentimiento por haber masacrado y asesinado a sus propios compañeros, al final llegó la hora en que Mayo había que fusilarlo. Siete compañeros, lo fueron a capturar, y lo llevaron al lugar donde él iba a pagar con su vida por el daño que había infringido a tantos combatientes inocentes, antes de fusilarlo le pregunté si quería decir algo que procediera, él solo dijo: — Me voy tranquilo, estoy convencido que lo que hice fue lo correcto, no me arrepiento de nada. — Cuál es tu último deseo. — Sólo un cigarro denme. Se lo fumó de manera normal y corriente, no mostró nerviosismo ni ansiedad, lo pusimos frente al paredón y los combatientes que se habían designado para que lo fusilaron, fueron pícaros porque les pusimos a los fusiles un tiro a cada uno, pero en lo que estábamos hablando con Mayo Sibrián, le cambiaron cargador al fusil y le pusieron ráfaga, y ahí quedó Mayo tendido en su charco de sangre como antes quedaron sus víctimas. A partir de entonces, se tomó la decisión que todos los que estábamos en el Paracentral había que sacarlos de ahí, con la idea de desarticular hasta hacer desaparecer los que eran combatientes en la época del terror de Mayo Sibrián, es decir, que no quedara huella, sin importar si era amigo o enemigo de él, por ejemplo un compañero médico no se para donde lo trasladaron y por último tuvo que desertar, y lo que dijeron en la reunión de la comisión política fue, la cagó aquel salió por la puerta de atrás, y yo les dije, no, solo él sabe lo que está viviendo, ustedes no lo han vivido, yo si lo sé, porque él me contó todo lo que le hicieron en Nicaragua antes de irse. A los días se llevó acabo el último congreso de la FPL, en el concejo se trató el caso de Mayo Sibrián por varios días, el acuerdo de este organismo fue que los culpables de todo fueron los jefes de las subzonas del frente paracentral, es decir, las víctimas terminaron victimarios, y quien decidió los asesinatos o “ajusticiamiento” fue la misma comisión política de la FPL, y la comandancia del FMLN, porque nada se escondía; o sea, todo lo que pasaba en la FPL lo sabían en la comandancia, ésta era la máxima dirección de todo, por lo tanto lo que pasaba en cada organización lo sabían; en ese concejo decidieron que a todos los jefes de subzonas del frente paracentral se les despojaba de todos los cargos, como eran miembros del concejo nacional de la FPL, entonces quedaron destituidos, y los condenaron a que no podían ejercer cargos de dirección. El máximo organismo de la FPL, era el concejo, los destituyeron de todo y quedaron ahí, deambulando, eso fue en el noventa y dos, y por último les pidieron la renuncia. En ese momento histórico, la comandancia general del FMLN y en especial la máxima dirección de las FPL jamás perdonaron el fusilamiento de Mayo Sibrián, para ellos fue un héroe que lo inmolaron. Sin embargo, post Acuerdo de Paz, algunos comandantes dicen que estuvieron en contra de los crímenes de Mayo Sibrián.


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lunes, 15 de septiembre de 2008

¿Por qué Mayo Sibrián?


En las últimas semanas ha estado sonando progresivamente el nombre de ese comandante guerrillero, asociado a una sanguinaria purga que las FPL habría realizado entre sus propias filas, principalmente en el frente-paracentral en los años ochenta. Pero la información al respecto ha sido vaga.

Redacción CA21
redaccion@centroamerica21.com

En realidad, esa matanza de guerrilleros, torturados y ejecutados por sus propios jefes, ha sido hasta ahora un secreto a voces en la izquierda salvadoreña, en cuyo medio se dice normalmente que las víctimas se cuentan por cientos, que Mayo Sibrián estaba desquiciado y que, finalmente, fue enjuiciado y fusilado por orden de la máxima jefatura de las FPL. Esa, al menos, ha sido la versión que los dirigentes de las FPL han aceptado a regañadientes y como mirando hacia otro lado.
Pero hay preguntas básicas que cualquiera puede hacerse. ¿Qué más es posible saber sobre esos hechos? ¿Cuándo, cómo, dónde y por qué comenzó la matanza? ¿Quiénes fueron las víctimas y a cuánto ascendió su número real? ¿Dónde quedaron sus restos? ¿Fue Mayo Sibrián el único victimario, y si no fuera así quiénes son los otros? ¿Hubo además una autoría intelectual no cuestionada ni responsabilizada hasta la fecha?

Berne Ayala y Geovani Galeas se han hecho estas preguntas y se han empeñado en encontrar las respuestas. Han viajado al lugar de los hechos y han entrevistado a algunos de los testigos y de los principales protagonistas de los mismos. La investigación ha comenzado a revelar una historia espantosa de cifras, complicidades y culpabilidades escondidas.

Berne Ayala conoce a profundidad la experiencia guerrillera porque la vivió en carne propia en diversos frentes, en las filas del Partido Comunista. Geovani Galeas fue miembro del Ejército Revolucionario del Pueblo. Ambos son escritores y han publicado reportajes periodísticos y libros sobre los sucesos y los protagonistas de la guerra. Por igual han narrado episodios heroicos y pasajes execrables de la historia del FMLN.

Ambos coinciden ahora en que ninguna de esas historias los había impactado tanto como la de la matanza de guerrilleros, a manos de sus propios jefes, en el frente para-central. En principio, el proyecto de Centroamérica 21 consistía en publicar en nuestras páginas virtuales, en varias entregas, el reportaje sobre el suceso en cuestión. Pero la cantidad y la calidad de la información obtenida impone más bien el formato de libro impreso, que está ya en su fase final de elaboración.

De cualquier manera, en las últimas semanas nuestros lectores nos han preguntado con insistencia sobre la naturaleza, el rumbo y el estado de esta investigación. Para responder esas interrogantes, Centroamérica 21 comenzará a publicar en su próxima edición los primeros avances del libro. Adelantamos sin embargo una conclusión: Mayo Sibrián es solo uno de los involucrados en esta historia, y no es necesariamente su principal protagonista.