Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com
Fermín, un campesino oriundo del Cantón Palo Grande, de Zacatecoluca, había ingresado a las FPL en 1978, y pertenecía al equipo de mando del destacamento número tres del batallón guerrillero Ernesto Morales, basificado en el volcán Chinchontepec.
A eso de las diez de la mañana del 22 de septiembre de 1986, en uno de los campamentos insurgentes del Cerro de la Campana, en el departamento de San Vicente, él y tres de sus hombres (Juancito, Foxi y Raul), fueron repentinamente capturados, desarmados y amarrados por un grupo de sus propios compañeros dirigidos por Carlos, uno de los lugartenientes del comandante Mayo Sibrián, jefe político-militar del frente para-central de las FPL. "Todos ustedes están bajo investigación", les dijo Carlos, y los condujo a un lugar solitario, arbolado y rocoso del cantón San Bartolo. En el camino, Juancito le dijo a Fermín que quizá los iban a matar.
-¿Por qué tuvo ese presentimiento Juancito, don Fermin?
-Porque ya estaban matando compañeros. Unos de los primeros fueron seis radistas que bajaron del volcán Chinchontepec allá por el mes de julio. Y ya luego se comentaba en los campamentos que habían matado a fulano y a zutano, y que decían que eran infiltrados del enemigo. Nos contaron que de un pelotón miliciano, unos treinta hombres, solo siete se habían salvado. De ahí a los días fue que se llevaron a un compa de la unidad de nosotros, Wilber "Picofino", y lo mataron también.
-¿Qué pasó entonces con ustedes?
-Pues que llegamos a ese lugar que les digo, y ahí fue que vimos que Elmer, otro del grupo del mando de Mayo, tenía amarrada a una compañera que se llamaba Crucita. Estaba tirada en el suelo, casi desnuda, solo con un fustancito y el brasier, y la estaban interrogando y golpeando con un gran garrote de guayabo. Le decían que era infiltrada y que confesara quiénes eran sus cómplices dentro del frente. Ella les decía que eso no era cierto, y les suplicaba que ya no la maltrataran, pero entonces le pegaban más duro.
-¿Había más gente en ese lugar?
-Los que estábamos amarrados en ese momento éramos ocho, pero es que iban llevando a la gente por grupos. Además de nosotros cuatro estaba la Crucita, Chabela y dos muchachas que eran hermanas, hijas de una tal Marta, que era la mujer de un compañero que ya después de la guerra fue alcalde de El Paisnal. A ellas ya las habían torturado. Entonces agarraron a Juancito, y le dijeron que Chabela había confesado que también nosotros éramos del enemigo. Lo amarraron a un árbol y comenzaron a interrogarlo. Le pegaban en todo el cuerpo con el garrote. Le pusieron una bolsa de plástico en la cabeza y se la socaban con una pita por el pescuezo. El compa se ahogaba y ya cuando pataleaba todo morado, por la falta de aire, le aflojaban la pita.
Fermín se calla, toma aire y mira hacia otro lado para buscar más en su memoria, o porque su pudor de viejo guerrero no permite que esos recuerdos le quiebren la voz y se le conviertan en lágrimas. Él no sabía entonces que Crucita se llamaba en realidad Ethel Pocasangre Campos; que allá por 1979 había sido miembro de la Comisión Nacional de Propaganda del BPR, la organización de masas de las FPL; que era psicóloga y había sido docente en la UCA: y que sus colegas, alumnos y compañeros de militancia la consideraban un ángel por su delicada belleza, su dulzura y su entrega a la lucha revolucionaria.
Su hermana, Isis Dagman, se detectó quistes en las mamas estando en ese mismo frente de guerra. Comunicó la situación a los comandantes de la zona y estos le respondieron que eso era más bien un problema ideológico, que lo que en realidad tenía era miedo. Cuando el deterioro de su salud era ya crítico, fue enviada a Cuba para ser tratada clínicamente, pero ya la metástasis cancerosa estaba demasiado avanzada y fue desahuciada. Isis Dagman regresó a El Salvador y murió en 1991.
Antes, la madre de ambas, doña Clelia, supo vagamente cómo y en qué circunstancias había muerto Ethel, y decidió enviar una carta a Salvador Sánchez Cerén, pidiéndole una explicación y que, por lo menos, le entregaran los restos de su hija. Eso fue en 1987. Doña Clelia no ha recibido ninguna respuesta hasta la fecha, y todavía ignora que los restos de Ethel están enterrados, junto a los de sus otros compañeros, en una fosa común ubicada en algún punto del catón San Bartolo, cerca del cerro Buena Vista, en la jurisdicción de San Vicente.
"Cuando termine la guerra este pueblo va a necesitar miles de psicólogos por tanto trauma que deja la violencia, ahí voy a tener otra tarea revolucionaria", le dijo una vez Ethel a Marta Nolasco, que fue su alumna y que ahora trabaja en el Instituto de Derechos Humanos de la UCA. Ethel se había sumado a las FPL junto a su hermana, Isis Dagman, que era doctora y en la guerrilla había adoptado el pseudónimo de Sonia. Ambas eran blancas, de cabellos castaños y de ojos azules.Fermín continúa de pronto: "Cada vez que Juancito les decía que él no era enemigo y que no sabía nada de eso, más le pegaban. Después lo amarraron juntándole las manos y las canillas por detrás, y lo colgaron así de un palo de amate. Ahí lo siguieron garroteando, quebrándole los brazos y las canillas, y el compa clamaba a dios y a su madre a cada golpe que le daban. Unos dieciocho años tenía Juancito, de ahí era de la misma zona de nosotros y era un buen combatiente". Fermín vuelve a hundirse en el silencio un largo rato antes de recomenzar:
-Después agarraron a Foxi y lo empezaron a torturar. Le hicieron lo mismo que a Juancito y él tampoco aceptó que era enemigo. Ahí mismo lo mataron. Llamaron a Raúl, y Elmer le dijo: Ahí está Foxi, muerto, miralo bien, si no querés estar así nos va a decir todo, si confesás te vamos a dejar ir del frente, así hicimos con la Mayra. La Chabela dice que ella misma te dio un dinero, le dijo. Pero eso de la Maira era una gran mentira. La verdad es que ya la habían torturado y matado también. "A mí nadie me ha dado dinero", le dijo él, y ya le pusieron la capucha.
-¿También lo mataron ahí?
-No, como le dijeron que lo iban a dejar ir si confesaba, dijo que sí, que era cierto que la Chabela le había dado cuatrocientos colones. Pero eso era mentira, porque Chabela decía que trescientos le había dado. Entonces ya no lo golpearon, solamente lo dejaron ahí. Y ya la cosa fue conmigo: Ajá, Fermín, me dijo Elmer, me vas a entregar el correo que la Chabela te dio. A mí no me ha dado ningún correo, le dije yo. Sí, acuérdese que se lo di, dijo la Chabela. Elmer me dijo: Decí la verdad, Fermín, no te queremos quebrar las patas. Ya me habían amarrado al árbol y me pusieron la capucha, yo sentía que me ahogaba cuando me apretaban la pita. En una de esas que me quitaron la bolsa de la cabeza le digo a Chabela: ¿Cuándo fue que me diste ese correo? A principios de febrero, dijo ella. Eso me salvó. Ahí estaba Carlos, y le digo: Carlos, usted es testigo que yo me he pasado todo el mes de febrero con usted allá en el volcán. Carlos se acordó que era cierto y entonces se fue contra la Chabela: Vos nos estas mintiendo hijeputa, le dijo, y empezó a torturarla.
-¿Lo dejaron libre a usted?
-No, yo seguí amarrado pero ya no al árbol, solo de mis manos. Pero ya estaba empezando a oscurecer y comenzaron a amarrar en fila a los que habían estado golpeando: La Crucita, Juancito, Chabela, las dos que eran hermanas y hasta al mismo Raúl. A Foxi ya lo habían matado.
-¿Para dónde se los llevaron?
-¿Para dónde se los llevaron?
-Es que cuando estaban torturando a la gente, estaba otro grupo retirado, como a media cuadra, que estaban abriendo la zanja de la sepultura. Para allá se los levaron y ahí a garrotazos los fueron matando.
-¿Qué pasó entonces con usted?
-Pues estaba amarrado, y llega Carlos y me dice: "Vos no sé, pero tu mujer sí trabaja para el enemigo. Todas estas viejas putas que salen y entran al frente son informantes. Yo no creo que ella sea eso, le dije yo. Pues en cuanto venga otra vez al frente la voy a mandar a traer, y vos mismo la vas a matar, me dijo. Yo le respondí que no iba a hacer semejante barbaridad, y ya se fue. Ahí en el lodazal me acosté a dormir, sin plástico ni nada, amarrado. A buena mañana llegaron con otros cuatro amarrados.
-¿Combatientes también?
-Sí. Ahí venían Saúl, que le decíamos "Murciégalo" y Nelson. De los otros dos no me acuerdo los nombres. Ahí los fueron a golpear al mismo matadero. Ya bien noche los regresaron bastante maltratadosy los tiraron en el mismo lodazal donde yo estaba. Al ratito llegó la China, una compa del pelotón que nos estaba cuidando, y le dijo a Saúl: "¿Decime si es cierto que también el Marcial está involucrado con el enemigo?", y entonces fue que Saul dijo: "No, China, si yo dije ese montón de mierdas porque ya no aguanto mi cuerpo, me han hecho mierda mi cuerpo, mirá como me han dejado, China", le dijo. Y otra muchacha que también habían torturado dijo lo mismo, Vanesa se llamaba ella, y era la mujer de un compañero al que también ejecutaron de esa misma manera. A esos cuatro que les digo los mataron al día siguiente.
-¿Usted seguía amarrado, don Fermín, lo volvieron a golpear?
-No. Elmer llegó y me dijo: "Disculpá por lo que se te ha hecho, pero entendé que aquí la cosa esta jodida con el enemigo. Vos andate para el puesto de mando y ahí esperá a que nos reorganicemos. Pero el problema es que me salió con lo mismo que Carlos me había dicho de mi mujer. O sea que sí la iban a matar... Si en esos mismos días que estuve en el puesto de mando, mataron a otra señora que era del área de servicios, Maribel se llamaba ella. Es que a diario mataban. Uno de esos días me dijo Elmer que a León, que era el jefe político de mi destacamento, ya lo habían matado allá en la zona de la Ángela Montano, en el lado de Usulután. A Chamba y a Rogelio, que eran jefes de destacamentos del batallón Ernesto Morales, también los mataron. La muerte de Chamba fue triste: lo quebraron todo de los brazos y las piernas, y así lo dejaron amarrado hasta se engusanó el compa. No tuvieron la piedad de matarlo ellos, ahí lo dejaron sufriendo hasta que se murió el solito.
-¿Esa vez que estuvo usted ahí amarrado cuántos mataron?
-Los de esa noche y los del día siguiente fueron como quince, pero solo en ese lugar, porque por otros lados estaban matando otro puño de gente.
-¿Y qué hizo usted ante todo eso, don Fermín?
-Es que no era correcto lo que estaban haciendo. Toda esa gente que mataban no eran enemigos, eran compañeros revolucionarios. Entonces fue que decidí irme de la guerrilla. Cabal la noche del nueve de octubre hice la lista de todos los gastos y del dinero que todavía tenía, que era 645 colones, bien me acuerdo. Ahí en la hamaca dejé el papel y el pisto, dejé el fusil y todo mi equipo, solo una lamparita que era mía me llevé. Me fui monteando toda la noche hasta ya en la madrugada salí a la carretera Panamericana. Ese día, diez de octubre, hubo un temblor bien fuerte, quizás por eso es que los retenes del ejército que estaban en la carretera no pararon la camioneta en la que me monté, y así logré llegar hasta mi casa.
En esos momentos don Fermín no sabía que la matanza apenas había comenzado, que duraría cinco años más, que sería avalada por jefatura de las FPL, cuyo máximo dirigente era el comandante Leonel González (Salvador Sánchez Cerén), y que cobraría más de mil víctimas, como lo establecen los testimonios de testigos y protagonistas directos de esos hechos. Este reportaje ha sido elaborado precisamente sobre la base de esos testimonios, que hemos grabado en audio y video. Cuando este trabajo haya sido publicado en forma de libro, una copia de todos esos testimonios será entregada al Instituto de Derechos Humanos de la UCA.
2 comentarios:
CUANTA MENTIRA SE ESTA DICIENDO EN ESTE BLOG, COMO ESTA TERGIVERSADA TODA ESTA HISTORIA Y A LA VES SE CONTRADICE TODO AQUI, PARA EL QUE ESCRIBIO ESTO DEBERIA DE LEER LO QUE ESCRIBE ANTES DE PUBLICARLO PARA QUE NO SE DEN LAS CONTRADICCIONES
Yo sé que muchas de estas versiones son reales.sólo quien no vivió esto no sabe. Y critica. Pero ese que eligieron pon presidente es un asecino. Que debe pagar por cada una muerte. Que no le alcanzará los días dela vida que le queda.
Publicar un comentario