No hay una cifra exacta, pero los cálculos más conservadores indican que el comandante de las FPL ordenó la muerte de más de mil combatientes y civiles en la región Paracentral: La Paz, San Vicente y parte de Usulután. Mayo comenzó a ver infiltrados del Ejército en sus propias filas y desde que asumió el control máximo de la zona, en 1986, hasta que fue degradado, en 1989, efectuó las más crueles torturas para “depurar” a su frente. La comandancia de las FPL lo enjuició y fusiló antes de los Acuerdos de Paz: así dio por cerrado el caso. La matanza que hizo Mayo Sibrián no figura en el informe de la Comisión de la Verdad.
César Castro Fagoaga*
El comandante Mayo Sibrián era un hombre bajo, moreno, de pelo negro desmarañado, que creía firmemente que ningún combatiente que se cortara las uñas o se peinara podría considerarse una persona humilde. Su idea de revolución pasaba porque los guerrilleros cultivaran sus propias milpas de maíz para sobrevivir.
En 1981, poco después de iniciada la guerra civil en El Salvador, sus compañeros de armas lo veneraban. Era un comandante con mucho poder, cercano a Marcial, máximo líder de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), y a Leonel González, segundo al mando.
El 14 de enero de ese año, Mayo sobrevivió una emboscada. Esperaba, junto con el mando estratégico militar de las FPL, una avioneta con armas en un sector conocido como La Sábana. El Ejército los rodeó y mató a la mayoría del mando. En la guerrilla, estas pequeñas hazañas, como salir ileso de un ataque militar, se consideraban prodigios. Y Mayo no hacía más que cosecharlos.
Cayó preso en 1984, cuando José Napoleón Duarte era presidente de la república, el primer elegido de forma democrática en cuatro décadas. El comandante Sibrián, según sus compañeros, fue torturado y de su cautiverio -luego de un canje que incluyó a la hija del presidente Duarte, Inés, secuestrada por la guerrilla- salió desequilibrado. Eso en octubre de 1985.
Pablo Parada Andino, conocido como Goyo durante la guerra, cree que la afición a matar de Mayo fue anterior a la tortura que sufrió. Goyo, jefe de batallón de las FPL y el principal asesor militar de Leonel González, recuerda un episodio a finales de 1981: “Había un combatiente herido, luego de un combate. El instinto primario de cualquiera era ayudarle pero Mayo sacó su pistola y dijo que era perder el tiempo. Le dio dos tiros en la cabeza”.
Un año después, en un campamento en Usulután, un guerrillero decidió que la mejor forma para celebrar la navidad era disparar al aire. Mayo supuso que era contrario y lo ejecutó. “No es que fuera malo desde un principio pero Mayo desarrolló un instinto de irrespeto a los derechos humanos”, dice Goyo.
Hasta ese momento, Mayo era jefe pero no de toda la zona Paracentral. En mayo de 1986, la comandante Rebeca dejó la zona, que estaba a su cargo, para trasladarse al cerro de Guazapa, en San Salvador, a suplir al comandante Miguel Castellanos que había desertado. Mayo Sibrián se convirtió entonces en un semidiós de la Paracentral. Entonces comenzaron los ajusticiamientos en serie.
Fermín tiene ahora 69 años pero cuando salió de las filas de las FPL, luego de cinco años de combatir, rozaba los cincuenta. Él, un campesino de un cantón perdido de Zacatecoluca, decidió unirse a las milicias luego de ser testigo de una masacre cerca de su casa. El 4 de junio de 1981 lo despertó un operativo del Ejército, y él junto a su familia huyó al volcán Chinchontepec, en San Vicente. Ahí perdió a uno de sus hijos. Cuatro días después, cuando el operativo bajó su intensidad, Fermín bajó del volcán en dirección a su casa. Antes de llegar, entró a una casa y se topó con una escena que aún le persigue: los cuerpos de siete niños, amarrados, y degollados.
El 15 de octubre de ese año se incorporó a la escuela militar de las FPL y posteriormente al combate en la Paracentral. Ahora parece un abuelo bondadoso, un hombre cobrizo con el pelo totalmente blanco, al que cuesta creerle, cuando comenta, con los ojos expresivos, que a él le gustaba la guerra.
Fermín recuerda que con la llegada de Mayo Sibrián a la Paracentral comenzó la cacería. “Comenzaron a matar compañeros, decían que eran infiltrados”, relata el anciano. “Yo decía, bueno, algo habrán hecho. Pero la cosa cambió cuando mataron a un compañero del pelotón y luego nos llamaron a nosotros”.
Los ojos de Fermín se vuelven de vidrio cuando pone reversa para recordar esos momentos aciagos: “Un teniente que se llamaba Carlos me dijo un día, mirá Fermín, la situación está complicada, los estamos investigando así que desequípense y pongan aquí los fusiles. Bueno, ni modo, pensé. Pero luego sentí feo porque nos amarraron por detrás, así (las manos detrás de la espalda, con los pulgares atados con una soga). Nos llevaron a un sito apartado, en el monte, no era plano sino que había mucha roca y árboles altos. Ahí estaba el capitán Élmer, uno de los del mando de Mayo. Tenían a una señora de unos 40 años solo en brassier y la estaban golpeando. Cómo van a creer que por 200 colones me voy a vender, les decía ella, si no he venido aquí por dinero. Esa mujer era una doctora y a su hermana, una psicóloga de la UCA, ya la habían torturado y matado.
Llamaron al primer compañero y le dijeron, así que andás con el enemigo, la Chabela dijo que te habían dado dinero. Yo dije que él nunca había andado con dinero, porque él estaba a mi mando y eso lo sabía yo, pero me callaron y me dijeron defendete vos. Al compañero lo amarraron a un árbol y le dijeron que se iba a morir si no decía la verdad. De eso yo no me puedo hacer cargo, decía él. Tenían un garrote de guayabo y le comenzaron a dar en las piernas y después le pusieron una capucha en la cabeza y le socaron el cuello con una pita: cada vez que se la quitaban salía con la cara morada. Lo soltaron para luego amarrarle los dedos con los tobillos para colgarlo de un amate. Ahí clamó a su madre antes de morirse.
Después llamaron al Foxy, un radista. A ese lo mataron saltándole encima. Raúl fue el siguiente y lo que le dijeron fue que no le fuera a pasar lo mismo que al Foxy. La Chabela dice que te han dado 300 colones. La Chabela era una mujer que colaboraba pero nunca agarró un fusil o algo parecido. A ella también la habían torturado y la tenían también amarrada a un palo.
Raúl, luego de mucha tortura, parecida a la de los demás, les dijo lo que querían escuchar. Pero les dijo que había perdido los colones. Igual lo mataron.
Me llamaron a mí después y fue lo mismo: la Chabela dice. En este caso, la Chabela decía que me había dado un correo y que yo me lo había guardado. Te vas a morir, Fermín, me dijeron. Pues me voy a morir entonces, le respondí, porque de eso no me hacía cargo. Me pusieron la capucha y sentí que me ahogaba. De ese día no me olvidaré jamás: fue un 22 de septiembre de 1986. La segunda vez que me la pusieron me desmayé. Cuando me desperté aquello siguió y me decían que fuera a traer el correo. Se me ocurrió preguntarle a Élmer, que ahora es un pastor evangélico, que cuándo supuestamente la Chabela me había dado el correo. La Chabela dijo en febrero se lo di. Entonces yo le recordé a Élmer que en febrero había andado junto a él en el volcán y que era imposible que hubiera recibido un correo.
Entonces el capitán Élmer se dio cuenta de que la Chabela estaba mintiendo y la volvieron a torturar”.
Fermín dejó el campamento cuando se enteró de que el capitán Élmer tenía en la mira a su esposa, Carlota. La acusaba también de infiltrada. Fermín dejó la Paracentral y marchó a la capital junto a Carlota. Ahí, en una colonia de Apopa, sobrevivió la guerra.
La creatividad de la tortura
Durante la guerra, Goyo (Parada Andino), el principal asesor militar del comandante Leonel González, estuvo a punto de perder un ojo. Una bala se le incrustó en la cabeza y tuvo que salir del país para recibir tratamiento en La Habana. Este incidente le lleva indistintamente a recordarse del comandante Sibrián.
“Mayo se inventó aquello, que cualquier enfermedad era psicológica”, dice Goyo. “Fijate que, una vez, una compañera que se llamaba Sonia se detectó un bulto en el pecho y se diagnosticó un posible cáncer de mama, porque era estudiante de último año de medicina. Se los informó a los jefes pero Mayo dijo que seguro ese era un problema psicológico. Sonia murió en La Habana, cuando el cáncer era irreversible”.
Goyo conoció a Mayo a principios de los ochenta, cuando Sibrián comenzaba a forjarse su historia y él era un joven de 18 años a cargo de las milicias de San Vicente. La primera impresión entre ellos no fue buena. Mayo ataba su fusil con una pita vieja; Goyo se esmeraba en que el suyo luciera nuevo. Mayo no se rasuraba y detestaba andar limpio; Goyo, procuraba bañarse todos los días, se peinaba y usaba un sombrero de medio lado.
“Con Mayo no te podías poner una camisa de marca y mucho menos usar loción, pues él era fanático de una actitud dizque humilde”, recuerda Goyo.
En octubre de 1987, las muertes de Mayo llegaron a oídos de la Comandancia General de las FPL, que en ese momento, tras la muerte de Marcial, eran dirigidas ya por Leonel González (nombre de guerra de Salvador Sánchez Cerén, actual jefe del grupo parlamentario del FMLN). Leonel le pidió a Goyo que encabezara una misión a la zona Paracentral para verificar lo que estaba ocurriendo.
¿Cuál fue la orden exacta de Leonel?
Leonel me dijo: andá a conocer la situación, a ver qué está pasando ahí. La situación era evidente porque el flujo de combatientes hacia otros frentes era cantidad.
No era un secreto a voces pues.
No, es más, cuando me dirigía a San Vicente pasé antes por San Salvador. En el centro, me encontré con varia gente, civiles pues, que me contaron lo que estaba pasando. Fueron al menos tres o cuatro casos muy parecidos.
¿Qué encontraste a tu llegada?
Hablé con 50 personas, entre combatientes y civiles, y todo mundo contaba detalles. Te aseguro: no había indicio alguno de que fueran enemigos. Luego de irme me di cuenta que a todos con los que hablé los mataron. La cuestión es que casos como este existieron en todos los frentes de guerra, solo que este no hay manera de ocultarlo: se vieron las más inimaginables formas de tortura, lo más bajo que el ser humano puede ser con otro.
Me podrías mencionar un caso.
Te podría mencionar varios. Vaya, cuando yo llegué ese día salvé la vida de tres cipotes (niños). Mayo los tenía amarrados en una banca, al centro de una explanada. La gente pasaba frente a ellos y era como si nada, y los niños estaban todos orinados. Yo pensé: ¿Cómo podés considerar enemigo a un niño a tal punto de merecerle la muerte?
¿Se lo dijiste a Mayo?
Se lo dije. Él argumentó que no estaban convencidos y que había que socarlos para convencerlos. Para convencer a la gente, Mayo llevaba a la gente a ver sesiones de tortura o los ponía a torturar.
¿Cómo se justificaba Mayo?
Él estaba completamente enterado de que yo llegaba a hacer eso. Siempre conversamos de la tortura y él me decía que era una cuestión de visiones: yo le decía que eso no se podía hacer y para él era algo hasta natural. En una conversación, me acuerdo, se esmeró en convencerme de que a la guerrilla de Filipinas la habían desbaratado con infiltraciones, eso lo había leído en un libro que tenía que siempre cargaba consigo. Sus convicciones giraban en torno a eso.
Goyo terminó su misión y elaboró un informe para Leonel: En la Paracentral, concluyó, se está matando gente inocente. Leonel, según Goyo, hizo caso omiso de la información, una versión que ha sido confirmada por otros comandantes de la guerrilla. Mayo continuó.
En ese año, la noticia de lo que ocurría en San Vicente corría como pólvora en los demás frentes de guerra. Miguel Huezo Mixco, ahora oficial de comunicaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, se desenvolvía en ese entonces como uno de los encargados de la radio clandestina de la guerrilla en el departamento de Chalatenango. Su base estaba en los Naranjos, en el municipio de Las Vueltas.
Miguel recuerda que en 1987 dos comandantes de la Paracentral visitaron el campamento de la radio para dictar un curso de seguridad. La charla fue para alertarlos del tipo de riesgo de un campamento tan clandestino como el de la radio, para evitar a los infiltrados. Los lugartenientes de Mayo Sibrián usaron como ejemplo lo que sucedía en San Vicente. Dijeron que había habido un proceso de infiltración promovido por la inteligencia del Ejército y que eso lo debían tomar en cuenta. Ellos, dice Miguel, estaban plenamente convencidos de que lo que habían hecho era un proceso de depuración.
Las indicaciones de los dos comandantes pasaban por vigilar que los que hacían posta no encendieran sus linternas para hacer señales durante la noche o si algún compañero ponía mucha resistencia cuando se apagaba el fuego (por aquello de las detecciones aéreas) luego de haber cocinado. “Era una especie de autovigilancia colectiva más allá de lo que (Michel) Foucault describe”, explica Miguel Huezo.
Después se enteró de un caso que le tocó personalmente. A Cruz, una psicóloga de la UCA, la conoció en Chalatenango. Era muy católica, tenía los ojos azules, la piel blanca y el pelo rubio. “Era talvez como un angelito”, dice Miguel. Uno de los comandantes de la charla les dijo: “Hasta esta Crucita cuando la careamos se convirtió en una fiera y se lanzó contra nosotros”.
A Miguel se le movió el piso. “Algo no me cuadró en ese momento: Ella debió estar llena de coraje por una situación que le pareció injusta”, dice.
La radio Venceremos tenía entre sus deberes informar las bajas de la guerra, las suyas y las del Ejército. Miguel reconoce que la Venceremos inflaba la cifra de fallecidos de los militares pero dice no saber si las bajas por torturas figuraban en los partes que llegaban desde San Vicente.
En el caso de la Venceremos que transmitía desde Morazán, en la zona oriental del país, la orden girada por la comandancia del Ejército Revolucionario Popular (El ERP, otra de las facciones que compuso al FMLN) fue de no transmitir los reportes de bajas de la Paracentral.
La vida en Las Pampas
Las Pampas es una comunidad enclavada en el municipio de Tecoluca, en San Vicente. Durante la guerra civil fue cuna de combatientes y ahora, a quince años de los Acuerdos de Paz, es una comunidad de campesinos que simplemente la pasa.
El chele Trini fue el último presidente que tuvo la cooperativa que se formó luego del fin de la guerra. A Las Pampas llegaron varios proyectos que fueron fracasando paulatinamente. No era falta de interés, dice Trini, simplemente que lo que se les facilitaba no estaba adaptado a la realidad de la comunidad.
“Nos otorgaron un proyecto de ganado por un millón 300 mil colones, pero nosotros les decíamos (a una organización civil afín a las FPL) que no lo podíamos manejar. Nosotros les plantemos reformular el proyecto pero no quisieron. Igual nos lo dieron y al poco tiempo la cooperativa dejó de funcionar”, relata Trini, un ex combatiente de las FPL.
Ahora, las familias de Las Pampas subsisten de sus cultivos o de los trabajos que algunos miembros tienen en los pueblos cercanos. Su principal queja es que la comandancia de las FPL nunca los ha visitado luego del fin del conflicto.
Frente a la casa de Trini está la de Tancho, la cocinera del mando de la Paracentral, la mujer que le cocinó a Mayo Sibrián por muchos años. Un poco más adelante, por un camino sin asfalto y aderezado de piedras, vive Edwin, otro combatiente de las FPL, que adora París porque fue en Francia donde le reconstruyeron su pierna derecha luego de ser alcanzado por las esquirlas de una bomba.
Edwin, como cualquiera de Las Pampas, vivió su experiencia con Mayo. Del comandante recuerda tres cosas: fumaba mucho, hablaba solo y era muy pedante. En 1989, poco antes de la ofensiva final de la guerrilla, Edwin estaba en Nicaragua a la espera de volver a El Salvador. A él y a otros tres compañeros les propusieron una misión que tenía todas luces de ser suicida: debían conducir una avioneta cargada de misiles y demás armas hasta la costa de la Paracentral y ahí entregarlas. Si los capturaban, les dijeron, las FPL no se harían cargo.
“Nos dijeron que de nosotros dependía el fin de la guerra, pues si esas armas llegaban al frente íbamos a ganar”, dice Edwin. “Yo me sentí emocionado cuando cumplimos a cabalidad la misión, pero todo cambió cuando nos tocó juntarnos con el comandante Mayo Sibrián”.
Mayo los llamó a los dos días de haber llegado con la avioneta. Sibrián, cuenta Edwin, se dirigió directamente a él: “Vos sos de la CIA, no sos compañero, y yo a esos los mando a los cerros de San Pedro”.
“En ese momento pensé que se refería a unos cerros que hay en San Vicente pero luego los compañeros me aclararon que se refería a otra cosa. A matarme, pues”, añade.
En ese tiempo que estuvo bajo las órdenes de Mayo Sibrián, Edwin dice que vio morir no menos de 60 personas acusadas de contrarrevolucionarios. “Mayo decía que había estudiado psicología y que con su mirada hacía llorar o determinaba quién era contrario. Fue en ese momento que yo me pregunté: Bueno, y entonces, ¿quién es el enemigo?”, dice Edwin.
El juicio de las FPL
La comandante Rebeca dejó la conducción de la Paracentral a Mayo Sibrián en 1986. Para esa época, Mayo ya había sido canjeado como prisionero. Después de la guerra, Rebeca, miembro de la comandancia general de las FPL, comenzó a usar su nombre verdadero, Lorena Peña, y formó parte de la vida política del país. Actualmente es diputada por el FMLN en el Parlamento Centroamericano. Peña dice que nunca se imaginaron que Mayo actuaría de esa forma. “Usted no ve a un desequilibrado antes de que sea desequilibrado”, explica.
Peña asegura que la comandancia de las FPL se ocupó del caso en la medida en que las investigaciones y las comunicaciones en medio de una guerra se lo permitió. Goyo presentó su informe a Leonel en 1987 pero Mayo Sibrián no fue degradado hasta dos años después.
Sin embargo, hay ex combatientes que le dan mucho mayor peso a lo ocurrido. Francisco Jovel, uno de los cinco comandantes que formaron la comandancia general del FMLN (era el máximo dirigente del Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos-PRTC), conoció la noticia e incluso ha llegado a decir que ese hecho estuvo a punto de disolver a la comandancia antes de la ofensiva final de 1989.
Durante el conflicto, la guerrilla se dividió el país en zonas. Aunque la Paracentral tenía más presencia de las FPL era el mando del PRTC el encargado “oficial” del lugar. Roberto Roca, como se conoció a Jovel en la guerra, estaba enterado.
En una
plática sostenida con El Faro a finales de 2005, Jovel comentó: “Hubo excesos graves. Dieron lugar a unas discusiones terribles, casi incluso a una desorganización de la comandancia general. Las FPL cometieron el error de tolerar a un tipo que estaba medio loco, en San Vicente. Era el llamado comandante Mayo Sibrián. Este tipo empezó a ver a infiltrados del ejército en casi toda la tropa. Y comenzó a matar a un montón de gente de su tropa. Las FPL fueron muy lentas en la averiguación e investigación de los métodos que este tipo estaba empleando, y llegó a creerle por mucho tiempo que era cierto que había una red de infiltrados”.
Jovel sigue: “Cuando me di cuenta yo lo comuniqué a los demás miembros. Exigimos que se le pusiera paro. Pero aún así, las FPL lo que hicieron fue enviar a una gente para que investigara en San Vicente. Era lento, una burocracia enorme y el tipo continuaba haciendo estragos. Yo estoy convencido de que las FPL debe de dar cuenta de eso. A las familias de esas personas. Es cierto que posteriormente llegaron a la conclusión de que Mayo Sibrián había cometido desmadres y eso no podía continuar así. Lo juzgaron y lo fusilaron, después de un juicio sumario. Entiendo que aprendieron una durísima lección”.
La situación llegó a tal punto que, durante una reunión en 1988, un año después del informe de Goyo, Jovel amenazó con abandonar la comandancia general del FMLN si las FPL no controlaban a Mayo Sibrián. El encuentro fue en Managua, Nicaragua, cuando se ponían los puntos finales de la planificación para la ofensiva final del siguiente año. Las FPL se comprometieron a poner orden.
Lorena Peña cuenta que otros dos comandantes se trasladaron a la zona: el comandante Douglas, Eduardo Linares, actual concejal de la alcaldía de San Salvador; y Ricardo Gutiérrez, un ex jesuita guatemalteco que colaboraba con las FPL.
Su primera acción fue degradar a Mayo. El comandante Sibrián pasó a ser entonces un combatiente más y estuvo bajó las órdenes de Guayo, vecino de Trini y Edwin en Las Pampas, en un taller vocacional para guerrilleros. Guayo recuerda que Mayo estuvo con él seis meses, entre 1990 y 1991, poco antes de su fusilamiento. De él no tiene quejas pues dice que trabajó como uno más. Cuenta, eso sí, que hablaba mucho tiempo solo y se contaba frenéticamente los dedos de las manos.
“El señor ese trabajó lo máximo, hacía lo que lo mandara a hacer. La verdad es que se me hacía duro tratarlo como un combatiente común”, dice Guayo. En ese tiempo, Mayo se dedicó a acarrear sacos de maíz y desenterró una bomba de 500 libras que había soltado un avión y que no había detonado.
Mayo estuvo todo el tiempo libre, sin ataduras ni vigilancia. “Tratándose de estas circunstancias tuvo tiempo para fugarse, ¿Por qué no lo hizo?”, reflexiona Guayo. ¿Alguna idea? “Sí, yo creo que no sabía que lo iban a matar”.
El comandante Sibrián tuvo un juicio sumario donde se le encontró culpable de haber cometido abusos. La decisión del tribunal, un grupo de personas del mismo mando de Mayo, fue fusilarlo. El lugar elegido fue en el cerro Campana, en un lugar conocido como La Gavidia. Tanto Edwin como Guayo estuvieron presentes en el momento de la ejecución y los dos coinciden, por separado, en las últimas palabras de Mayo.
“Fue categórico y no se aguevó. Con la muerte mía, dijo, no se va a resolver este problema, esto se les va a revertir”, recuerda Guayo. Mayo Sibrián, antes de ser fusilado por un pelotón, pidió que se le entregara una carta a su familia y dijo que todo lo que había hecho fue con el aval de la comandancia general de las FPL.
Lorena Peña, que formaba parte de esa comandancia a la que se refería Mayo, niega que las torturas fueran un método empleado para depurar infiltrados en las filas de las FPL. “Hubo infiltrados en nuestro frentes, es cierto, pero eso no se justifica”, dice ahora la diputada. “El rigorismo como él interpretaba la disciplina fue excesivo”.
Luego añade: “No es cierto eso porque yo era de la dirección y eso no pasó. Si hubiera tenido nuestro aval lo hubiéramos premiado, pero, como le digo, no fue así”.
A Salvador Sánchez Cerén, responsable máximo de las FPL y uno de los cincos comandantes del FMLN (del mismo rango que Jovel), el tema todavía le causa escozor. A manera de explicación y un poco molesto responde: “Creo que en la etapa de la guerra las organizaciones político-militares teníamos nuestras leyes, y estas estaban destinadas a afectar lo menos posible a la población… a los infiltrados se les hacia un juicio y eso a veces se prestó a que alguien tomara medidas arbitrarias. En esos casos la organización hizo sus investigaciones y a partir de ahí se tomaron las decisiones”.
“Pero eso fue en el marco de la guerra, y en ese marco nosotros éramos una fuerza militar con nuestra conducta militar y aquel que violaba la conducta militar era sometido a los procedimientos que tenia la guerrilla”, justifica Sánchez Cerén. Luego de soltar la frase da por terminada conversación.
Es por eso que las FPL, luego del fusilamiento, dieron por cerrado el caso de Mayo Sibrián.
Pero la historia se ventiló nuevamente con la llegada de la paz. Hubo al menos dos reuniones ya fuera de la clandestinidad donde se habló de ello. En la segunda, realizada en La Palma, Chalatenango, varios ex combatientes de San Vicente expresaron su molestia. Goyo (Parada Andino) fue uno de ellos.
Miguel Huezo Mixco también recuerda esa reunión en la que pidió que la investigación por las muertes que había causado Mayo se hiciera también hacia arriba, hacia la comandancia de las FPL.
Peña, que también estuvo presente, dice que la dirección no aceptó la petición de formar una comisión investigadora pues consideró que el caso estaba cerrado. Lo que sí hicieron fue degradar a dos de los comandantes del mando de Mayo por no informar a tiempo. “Uno de ellos”, dice Peña, “reconoció que teníamos razón, que un comandante siempre debe ser acucioso”.
Un año antes de firmada la paz, Miguel tuvo que salir a Managua. Mientras esperaba su retorno al país coincidió en una casa de seguridad con uno de los lugartenientes de Mayo. Era, según dice, alguien que ahora mismo todavía ejerce como político. Durante varios días, este comandante le contó lo que había hecho bajo el mando de Sibrián. Arrepentido, según Miguel, su compañero de armas le describió múltiples torturas que le erizaron la piel.
“Qué paloma”, pensó Miguel, “es decir que si hubiera estado en San Vicente me hubieran quebrado (porque dice que seguramente la ironía no le hubiera ayudado a tratar a Mayo Sibrián). El otro le contestó: “Quién sabe, a lo mejor y hubieras participado de los hechos. No tenías opción: o eras observado o eras de los que observaban”.
Miguel renunció poco después de esa reunión de las FPL en La Palma, en buena parte porque todo lo que hizo Mayo Sibrián no apareció nunca en el informe de la Comisión de la Verdad.
Lorena Peña dice tener una explicación para esta omisión: “El Ejército masacró a más de dos mil almas en esa zona. Yo creo que la gente privilegió eso porque todavía le afectaba. Con el juicio de Mayo no se solucionó todo pero se hizo justicia y nosotros como Comisión Política, en su momento, pedimos perdón a las familias por lo ocurrido”.
Los combatientes de la Paracentral no pueden olvidar a Mayo Sibrián. Los que cuentan aquí su testimonio vieron morir a muchos de sus compañeros y aseguran que los cadáveres, en la mayoría de los casos, no fueron enterrados. Los zopilotes acabaron con ellos.
*Con reportes de Edu Ponces.